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Ella Fitzgerald, años de fama y gloria


El 25 de abril se cumple 107 años del nacimieto de la "suma sacerdotisa de la canción" Foto: Archivo AJM

Reconocida con todo merecimiento como la primera dama del jazz, Ella Fitzgerald fue una cantante irrepetible y su legado testimonia  su eterna vigencia. Tuve el privilegio de verla en el memorable concierto que ofreció en 1983, en el Teatro Municipal de Caracas, uno de los que allí fueron escenificados con motivo del bicentenario del nacimiento de Simón Bolívar.


Esa noche la legendaria estrella cautivó a su devota audiencia, que celebró con nutridas y repetidas ovaciones su muy particular energía vocal e interpretativa y su proverbial simpatía, al desgranar un repertorio de sus temas más celebrados.


Ya había estado en Venezuela en 1967, contratada por el empresario Enzo Morera para hacer una presentación en el salón Naiguatá del Hotel Tamanaco y actuar durante una semana en el show meridiano diario de Renny Ottolina y en el espacio de gala que el animador conducía los domingos en la noche por Radio Caracas Televisión con el nombre de Renny Presenta. Quienes la trataron durante sus dos visitas, refieren que era una artista afable, conversadora y sumamente sencilla.


En 1967 Ella Fitzgerald estuvo en los espacios televisivos de Renny Ottolina. Foto: AJM

Nacida en  Newport News, Virginia, Estados Unidos, este jueves 25 de abril estuviese cumpliendo 107 años. Su biografía no se ajusta a los estereotipos de la clásica cantante de jazz. Su vida, aunque dura, no fue trágica.


Al contrario que sus compañeras de generación, Billie Holiday y Sarah Vaughan, su interpretación no es dramática y desgarrada, sino más bien un canto a la alegría. Y no es que no tuviera una infancia pobre, pues nació en un lugar miserable,  nunca conoció a su padre, perdió muy joven a su madre y sufrió la crueldad del racismo. Pero encaró la vida con alegría y, por encima de todo, con voluntad de superación.


Tras huir a los 15 años de un orfanato, se presenta sin mucha convicción en una gala de aficionados en el emblemático teatro Apollo de Harlem y allí llama la atención del baterista Chick Webb, quien la contrata para su orquesta. Su carrera despega y se hace indetenible.


En 1946, el legendario empresario Norman Granz empezó a tutelar su carrera, le abrió las puertas de las grandes compañías discográficas y estructuró su repertorio con temas de Cole Porter, Duke Ellington, Irving Berlin y George e Ira Gerswhin. La difusión de sus discos la hizo popular en todo el mundo. Títulos como Lady be Good, How High the Moon, Tea for Two y Summertime pasaron a encabezar las listas de éxitos. En la cumbre de su trayectoria grabaría varios álbumes imprescindibles junto a Louis Armstrong e hizo 26 conciertos en el Carnegie Hall de Nueva York.


A partir de 1985 su salud comenzó a flaquear. Tuvo problemas en los pulmones, una operación a corazón abierto y finalmente la temible diabetes. En 1993, casi ciega, le fueron amputadas las piernas. Encerrada en su casa, supo sobrellevar su enfermedad con coraje y dignidad. Tras una larga agonía, la primera dama del jazz, la suma sacerdotisa de la canción, enmudecía para siempre la noche del 15 de junio de 1996.



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