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El presidente, el dolor, la morfina y el fentanilo

Actualizado: 23 ago 2022

7 June 2012

En un paciente de cáncer, el dolor es parte de la enfermedad e incluye, no sólo al afectado sino a su familia, amigos y dolientes. Si no se trata este síntoma, la disminución de la calidad de vida del enfermo se expone porque el dolor obstruye el apetito, obstaculiza un buen estado de ánimo y destroza el control emocional del mismo.

Los pacientes de cáncer sufren dolor durante su enfermedad y aumenta en las etapas críticas. Ante esta situación la medicina contemporánea prescribe fármacos analgésicos de distinta potencia y acorde al tipo de dolor que acusa el paciente. Generalmente, se comienza con analgésicos no opioides y las indicaciones son para dolores leves o moderados. Luego, siguen los analgésicos opioides débiles, como la codeína, y cuando el dolor se extrema se pasa a los analgésicos opioides potentes, como la morfina oral y subcutánea, hasta llegar al fentanilo.

Usualmente, se da inicio al tratamiento con la morfina oral, opioide potente en el dolor oncológico agudo. Primero, con morfina de acción rápida, luego de acción prolongada, y aumentando las dosis acorde al dolor. La morfina subcutánea se usa, si no es posible aplicar la vía oral o cuando el dolor se hace intenso.

Entre los efectos del uso de morfina esta la posibilidad de provocar depresión respiratoria, aunque el peligro en pacientes con dolor oncológico, es mínimo. El estreñimiento es muy frecuente. Se presentan nauseas y vómitos y el paciente se encuentra sedado, lo cual se logra controlar con psicoestimulantes.

Puede haber confusión o agitación, sobre todo si se presentase insuficiencia renal, por la acumulación de los metabolitos de la morfina, vértigo, retención urinaria, la cual puede requerir sondaje. También, el uso de opiáceos provoca prurito y sudoración.

En presencia del dolor intratable, dolor crónico o síndrome doloroso, se usa el Fentanilo, el cual produce un estado de analgesia profunda. Es hasta 81 veces más potente que la morfina.

Entre sus efectos adversos, además de los de la morfina, se encuentran la rigidez muscular, la euforia, hipertensión arterial y ritmo cardiaco lento o irregular.

En los trastornos psiquiátricos son frecuentes la somnolencia, la anorexia, estados de ansiedad, alucinaciones, confusión mental, depresión, insomnio y amnesia parcial. Sin mencionar el síndrome de abstinencia, y la dependencia que generan estos fármacos en sus usuarios.

En relación a los trastornos gástricos del fentanilo, son usuales las nauseas, vómitos, constipación, sequedad bucal, dispepsia y, a veces, diarrea.

A los pacientes a los cuales se administra el fentanilo se les prohíbe conducir u operar equipos y maquinarias, mientras duran sus efectos. Ni imaginarlo tomando decisiones que afecten a terceros.

Como es natural, ante el uso de potentes opiáceos, los profesionales de la salud recomendamos a los pacientes guardar reposo y normalmente se otorgan licencias médicas de ausencia al trabajo, durante el procedimiento. Si el tratamiento es de por vida, la jubilación por causa clínica es lo conveniente y aconsejable. La seguridad social, en la mayoría de los países del mundo –incluido el nuestro- prevé legalmente esta enfermedad y tratamiento, como causa de retiro permanente. Además del criterio médico, el sentido común indica que sería absurdo que una persona en medio de esta enfermedad, sus dolores y su tratamiento, estuviera trabajando, porque es imposible un rendimiento adecuado a su nivel, y obviamente, inhumano.










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