21 June 2012
… Fue Don Luis Gessen Campos, meritorio trabajador margariteño que tuvo la virtud de invertir la mitad de su sueldo en los estudios de sus hijos, entre ellos yo. Digo esto porque en días pasados, con motivo del día del padre, el más importante ideólogo y filósofo del PSUV, Miguel Pérez Pirela, felicitaba al “padre” Hugo Chávez, señalándolo como el padre de los venezolanos. La propaganda oficialista nos intenta presentar a un “nuevo padre de la patria” en la figura del mandamás.
“Después de Dios, el comandante” dice otra de sus cuñas. Todo, en medio de una campaña de culto a la personalidad, solamente equiparable a la usada por los tiranos más connotados de la historia, como Mao, Hitler, Mussolini, o Kim Jong Il. Otro que uso la palabra de “padre” fue el genocida José Stalin. Los pueblos sojuzgados por su dictadura lo tenían que llamar el “padrecito”. Un criminal que asesinó a sus “hermanos” dirigentes de la revolución de Lenin: León Trotski, Gregori Zinoviev, Led Kámenev, Nikolái Bujarin e Ivan Smirnov, entre otros, y luego extermino a buena parte de sus “hijos” compatriotas.
Hoy, Stalin está acusado por el gobierno de Ucrania por la muerte de entre siete a diez millones de campesinos por oponerse a sus designios. Luego de la disolución de la Unión Soviética, los archivos del régimen comunista han sido abiertos y se estima hasta en ¡60 millones! las víctimas “hijos e hijas” de este “padrecito”. Por ello, es que me preocupa que el presidente Chávez haya autorizado el que lo llamen “padre” de Venezuela o de la Patria, en la propaganda gubernamental, porque todos estos “padres”, terminan “castigando” a sus “hijos” y destruyéndolos.
El único Padre de la Patria es Simón Bolívar. Lo rememoramos así porque es el progenitor, el creador de nuestra Nación. Nos legó la independencia, la emancipación, la libertad, nuestro espíritu, nuestra identidad nacional y escribió las primeras páginas de nuestra historia republicana. Los venezolanos –sin excepción- lo evocamos como el pater familias del país.
El culto a la personalidad ha llevado a algunos autócratas a querer ser los “padres” del país que regentan. Quienes lo han hecho han culminado sus mandatos sin el reconocimiento de sus “hijos”, todo lo contrario, odiados y repudiados.
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