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El ocaso del camarógrafo (o por qué Sora 2 nos cambió el plano)

Estamos a nada de que la diferencia entre una imagen real y una creada por IA sea imperceptible. Imagen: IA
Estamos a nada de que la diferencia entre una imagen real y una creada por IA sea imperceptible. Imagen: IA

En cien años, los directores de cine no serán maestros de la fotografía ni artesanos de la luz. Serán profesionales híbridos que dominen el prompteo, la gramática visual de la inteligencia artificial y la arquitectura de mundos que no existen, pero que igual nos emocionan. Y seguramente algunos estarán pensando ahora mismo: “Juanette, eso suena a ciencia ficción.” Sí, bueno… también el cine sonoro sonaba raro hasta que se estrenó El cantante de Jazz (Primera película sonora).


Hasta ahora me parecía que la IA estaba avanzando rápido y que paulatinamente íbamos a ir haciendo algunas cosas más rápido, pero la semana pasada con el lanzamiento de “Sora 2”, pasamos a la velocidad de la luz. Y es que la nueva versión de Sora llegó como quien dice “no vine a reemplazar a nadie, vine a ayudarte”, y de pronto ya estaba dirigiendo mejor

que medio Hollywood.


De la steadycam al promptcam


La primera versión de Sora ya era capaz de generar videos a partir de texto. Lo hacía con encanto, pero también con torpeza: manos con seis dedos, sombras que se escapaban del plano, gatos que se multiplicaban sin explicación (una metáfora bastante fiel de Internet).


Pero Sora 2 dio un salto cuántico: Esta nueva actualización se mueve distinto; Entiende la física, la gravedad, la coherencia entre planos. Ya no tropieza con los dedos, ni olvida la continuidad. Puede recrear un travelling de Kubrick sin despeinarse, y lo hace con un nivel de realismo que empieza a ser peligroso: el ojo humano, ese último bastión de lo analógico, empieza a rendirse.


¿Qué pasara con los camarógrafos?


Antes, el camarógrafo tenía poder. Decidía la distancia emocional del plano, el tipo de luz, el foco. Era un artista con hombros cansados. Hoy, esa figura se está desvaneciendo entre prompts y dashboards. El nuevo camarógrafo no calibrará lentes, calibrará verbos. No limpiará filtros, limpiará sintaxis. Y en vez de esperar la “hora mágica”, la escribirá.


La IA no reemplaza la mirada, la absorbe.


Y ahí está la parte fascinante: Sora 2 no solo entiende cómo se ve algo, sino cómo debería sentirse. Ya puede generar viento que despeina con la misma lógica que una emoción mal contenida.


Sora 2 vs. Sora 1: la evolución del ojo sintético


Sora 1 fue el Lumiére del video generado: abría la puerta.


Sora 2 es el Fellini digital: sueña con el plano antes de crearlo.

  • Coherencia visual: ya no hay saltos de luz o sombras imposibles. La continuidad fluye.


  • Movimiento humano: los gestos dejaron de parecer animación para volverse coreografía orgánica.


  • Audio y sincronía: las voces encajan, las bocas se mueven con naturalidad, los silencios tienen sentido.


  • Accesibilidad: producir algo visualmente impactante dejó de ser exclusivo de grandes estudios. Cualquiera con una buena idea y un prompt preciso puede hacerlo.


  • Y lo más inquietante: las marcas de IA ya son casi invisibles. La frontera entre lo real y lo generado se está borrando con la delicadeza de un fundido a negro.


Cuando lo real y lo generado se vuelven indistinguibles


Estamos a nada —y lo digo con la convicción de quien ya vio demasiado cine malo— de que la diferencia entre una imagen real y una creada por IA sea imperceptible.


El ojo humano se adapta rápido. Al principio detecta la trampa, después la normaliza, y por último… la disfruta. Así funciona el cerebro: si algo le emociona, le da igual si fue grabado en Roma o renderizado en la nube.


Sora 2 genera planos con el tipo de “error humano” que antes solo podía producir un operador con resaca. Ese leve temblor, esa luz imperfecta, ese reflejo que aparece un frame antes… ahora son efectos calculados. La máquina aprendió que la imperfección vende verdad.


El fin del oficio (y el comienzo del otro)


No hay que llorar al camarógrafo, hay que entenderlo.


Cada vez que el cine cambió de piel, alguien se quedó sin trabajo pero nació otro oficio.


El pianista del cine mudo se transformó en sonidista. El editor de moviola en colorista digital.


Y el camarógrafo del futuro será un diseñador de prompts visuales, un poeta de la luz textual.


No es el fin del cine. Es el fin de la cámara. El cine, finalmente, dejó de mirar el mundo para empezar a imaginarlo.


Sora 2 no vino a borrar al ser humano del encuadre, vino a recordarle que su verdadero poder no estaba en mirar, sino en imaginar. El cine del futuro no preguntará “¿qué lente usaste?” Preguntará: “¿qué le pediste al universo digital para que te diera esa imagen? “Y cuando esa pregunta se vuelva común, ni vos ni yo sabremos si lo que vimos fue real…Pero igual vamos a aplaudir, porque la emoción —esa sí— sigue siendo humana.


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