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Donald Trump ante el asesinato de Charlie Kirk

EE.UU. está perdiendo la oportunidad de enfrentar de modo integral el problema de la violencia a partir del asesinato de Charlie Kirk. Foto: Instegram @charliekirk1776
EE.UU. está perdiendo la oportunidad de enfrentar de modo integral el problema de la violencia a partir del asesinato de Charlie Kirk. Foto: Instegram @charliekirk1776

Durante el siglo XXI, Estados Unidos se ha convertido en una nación cada vez más violenta. En lo que va de 2025, según la organización Gun Violence Archive, han ocurrido más de 310 tiroteos masivos, que han provocado al menos trescientas víctimas fatales. El propio Donald

Trump, durante su campaña electoral, fue objeto de un ataque que por poco le cuesta la vida. Salió solo con una oreja herida de forma milagrosa.


En medio de este clima tan crispado por causas ideológicas, culturales, políticas y sociales, se produjo el atentado fatal contra Charlie Kirk, el poderoso influencer y activista político ultraconservador estadounidense, cercano colaborador de Trump, líder del movimiento MAGA (Make America Great Again), militante a favor del uso particular de armas, incluidas las de largo alcance, declarado enemigo del aborto y del movimiento LGTB, entre otras filiaciones a las banderas de la derecha radical norteamericana. Su asesinato a manos de Tyler Robinson parece una ironía del destino: murió debido a la ira de un joven de apenas veintidós años de edad, hijo de padres republicanos. Su progenitor le enseñó a disparar con precisión y a cultivar su pasión por las armas de fuego. El defensor a ultranza del uso privado de armas letales fue víctima de un muchacho que profesaba y practicaba la misma filosofía del reconocido líder de opinión pública, con relación a la posesión de armas.


La respuesta del gobierno de Trump ante el crimen ha sido patética. La primera reacción del Presidente fue acusar sin ninguna prueba, como suele hacer, a la izquierda "asesina". Su criterio no varió de forma sustancial cuando las pesquisas condujeron a determinar que se

trataba de un hombre sin antecedentes penales ni militancia política conocida, y hasta buen estudiante, para más señas.


Luego se ha establecido que Tyler Robinson había macerado su rabia contra Kirk porque consideraba que este personaje público alimentaba el odio entre los norteamericanos, ejerciendo una influencia negativa entre sus admiradores. Esas informaciones no han modificado el criterio del jefe de la Casa Blanca ni el de sus allegados más cercanos, quienes continúan con sus diatribas contra la "izquierda", el Partido Demócrata y la inmigración. En la reacción se aprecia una mezcla de xenofobia, supremacismo racista, y desprecio por la pluralidad y las diferencias políticas.


La muerte de Charlie Kirk tendría que haberse convertido en una oportunidad para que la Casa Blanca llamase a todos los sectores del país a reflexionar sobre la nación que está construyéndose, los errores que están cometiéndose, los monstruos que la sociedad está

engendrando, las deficiencias de la educación, las deformaciones que promueve el uso irresponsable de las redes sociales, los conflictos existentes dentro de las familias norteamericanas, el acceso casi indiscriminado a armas de fuego con alto poder destructivo. Todos estos temas, y muchos más, tendrían que ser analizados en los medios de comunicación masivos, las universidades y centros educativos en todos los niveles. Las urbanizaciones y comunidades de ciudadanos. Habría que promover investigaciones académicas que establezcan las raíces del descontento y el malestar que lleva a que adolescentes, desempleados, jóvenes de distintas clases sociales y, en general, personas de diferentes niveles socioeconómicos descarguen sus armas contra individuos determinados, o grupos en una escuela secundaria, en una universidad, en una iglesia o en un parque recreacional. Ningún espacio público se encuentra resguardado del resentimiento de personas que se aprovechan del derecho otorgado por la Constitución, para acaba con la vida de seres inocentes.


Abordar de forma descarnada el problema de la violencia en todas sus manifestaciones, constituye uno de los retos cruciales de la sociedad norteamericana. He visto que numerosos analistas en diferentes medios impresos y audiovisuales insisten en la urgencia de tratar el tema y convocar al país a que se aboque a examinarlo sin complejos de ningún

tipo. En esa cruzada, el papel del Gobierno federal resulta esencial. Tendría que accionar todos sus resortes para que la nación se decida enfrentar la violencia de forma coherente e integral.


Sin embargo, Trump sigue empeñado en mantener su estrategia basada en la confrontación permanente. Su discurso y acción no forman parte de la solución, sino del problema. No parece ser el Presidente de Estados Unidos, sino el jefe de una facción belicosa, soberbia e

intransigente, que se recrea con atizar la violencia, en vez de combatirla. Su ideología domina claramente dentro del Partido Republicano. No existe ninguna tendencia con capacidad de cuestionarlo. Ni siquiera de moderarlo. El Partido Demócrata, por su lado, se nota extraviado. Sin fuerza para enfrentar ese torbellino llamado Donald Trump, que se mueve impulsado por prejuicios raciales y nociones primitivas acerca de cómo se teje la coexistencia en sociedades complejas. Pareciera creer que mientras más se acrecienta la pugnacidad más se unifica el país; más odio, más miedo, más cohesión. Grave error.


El comportamiento de Trump en el caso de Kirk contrasta con su indiferente reacción frente al asesinato, calificado de político, de la diputada demócrata de Minnesota, Melissa Hortman y su esposo Mark Hortman, quienes murieron a tiros en su casa en junio pasado. La violencia contra los demócratas le importa poco.


Estados Unidos está perdiendo la oportunidad de enfrentar de modo integral el problema de la violencia a partir del asesinato de Charlie Kirk. Una pena.


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