Dar y recibir: ¿Qué pasa en tú conciencia?
- Maria Mercedes y Vladimir Gessen
- hace 2 minutos
- 14 Min. de lectura
La neurociencia confirma lo que los sabios intuían: Ayudar transforma el cerebro, da felicidad y fluye la energía que nos mantiene unidos
Dar y recibir
Dar y recibir no son dos actos distintos: son las dos respiraciones de la conciencia. Una exhala, la otra inhala. Dar es ofrecer parte de nuestra esencia al mundo, y recibir es permitir que el mundo nos devuelva su reflejo. Entre ambos gestos se teje el equilibrio invisible de la vida, ese pulso constante que mantiene en movimiento al ser humano y al universo entero. Cuando damos, no siempre es solo entregar cosas materiales. A veces damos una mirada de comprensión, un silencio que escucha, una palabra que cura. En otras ocasiones damos tiempo, atención o amor. Y aunque parezcan intangibles, estos dones construyen los puentes más firmes. Dar sin esperar nada a cambio es abrir un canal por donde fluye la energía creadora, la misma que sostiene el equilibrio universal. Recibir, en cambio, requiere humildad. No es pasividad ni dependencia, sino el reconocimiento de que también necesitamos del otro. Saber recibir sin culpa ni orgullo es aceptar que no somos autosuficientes, que toda vida es interdependiente. Es comprender que quien nos da no se empobrece, sino que se enriquece, y que al recibir estamos completando un ciclo sagrado.
Psicología del equilibrio
En terapia psicológica aprendemos que muchos saben dar, pero pocos saben recibir. Dar puede ser un acto de control —“yo te doy porque puedo”— mientras que recibir exige confianza —“acepto porque confío en ti y en la vida”—. Por eso, recibir sana el ego y abre el corazón. Quien recibe con gratitud libera en el otro la alegría de haber sido útil, y esa reciprocidad se transforma en vínculo, en red, en comunidad.
En el periodismo de la vida —ese que no se escribe con tinta sino con gestos— aprendemos que los pueblos también dan y reciben. Un país que da libertad, cultura, educación y salud a su gente recibe de ella creatividad, progreso y esperanza. Una sociedad que sólo exige y no comparte se marchita como una planta sin sol. Y una humanidad que aprende a dar sin miedo y a recibir sin vanidad comienza a parecerse al ideal que tantos soñaron: un planeta en armonía.
Dar y recibir son las manos del amor. Son el eco de un mismo verbo: compartir. Dar es sembrar, recibir es cosechar. Y cuando ambos ocurren en equilibrio, florece lo que llamamos felicidad.
Por eso, cada vez que das algo —un pensamiento, una sonrisa, una ayuda— recuerda que estás participando en la danza eterna del Universo. Y cada vez que recibes, hazlo con la gratitud de quien sabe que la vida, en su sabiduría infinita, siempre devuelve multiplicado lo que se entrega con amor.
Cuando damos, en realidad nos reflejamos en el otro. El psicólogo Carl Rogers hablaba de la empatía genuina como un modo de donación emocional, como sería el ofrecer comprensión sin juicio, escuchar sin imponer. Ese tipo de “dar” crea vínculos auténticos y abre el espacio para recibir comprensión en retorno. Daniel Goleman, en su teoría de la inteligencia emocional, señala que las relaciones más estables se basan en la reciprocidad empática. La conexión humana no surge de la perfección, sino del intercambio sincero: yo te ofrezco mi humanidad y tú me devuelves la tuya. En ese flujo, ambos crecemos.
La psicología evolutiva ha demostrado que el altruismo no es una contradicción de la supervivencia, sino una de sus más altas estrategias. Los grupos humanos que cooperaron y compartieron recursos emocionales prosperaron más que los egoístas. Por eso, dar y recibir no son sólo virtudes espirituales, sino mecanismos de supervivencia emocional y social. El psiquiatra Viktor Frankl, desde los campos de concentración, observó que quienes daban —aunque fuera una palabra de ánimo o un trozo de pan— hallaban un sentido que los sostenía: “El que tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo”. Dar, incluso en la adversidad, da sentido.
La psicología moderna: el circuito emocional de dar y recibir
Las antiguas sabidurías ya intuían lo que la ciencia ha comenzado a confirmar: dar y recibir no son sólo actos morales o espirituales, sino procesos psicológicos y neurológicos profundamente entrelazados. El fundamento clásico: la reciprocidad (dar y recibir) es un mecanismo evolutivo que sostiene la cooperación humana.
El “circuito del dar” conexión y sentido
Cuando una persona da —ya sea tiempo, afecto o recursos— se activan en el cerebro las mismas regiones implicadas en las recompensas, en particular: El núcleo accumbens, que libera dopamina y genera una sensación de bienestar. La corteza prefrontal medial, relacionada con la toma de decisiones morales y el sentido de propósito. El sistema límbico, donde se despiertan emociones de empatía y compasión. En 2006, estudios (Jorge Moll, Jordan Grafman, The neural basis of human moral cognición, 2005) demostraron mediante resonancia magnética funcional que los actos altruistas activan los mismos centros de placer que la comida o el sexo. Dar, literalmente, nos hace sentir bien porque el cerebro interpreta el altruismo como una forma de supervivencia emocional y social. Además, al dar se libera oxitocina, la llamada “hormona del vínculo”, que fortalece la confianza y reduce el estrés. Por eso, ayudar, consolar o donar no solo produce satisfacción moral, sino efectos fisiológicos medibles: disminución de la presión arterial, menor inflamación y mejor funcionamiento inmunológico.
La neuroplasticidad de la generosidad
La práctica constante del dar y del recibir con gratitud modifica literalmente el cerebro. Programas de meditación compasiva y gratitud han mostrado aumentos en la densidad de materia gris en regiones vinculadas con la empatía, la regulación emocional y el bienestar (Richard Davidson, 2004).
Esto significa que dar transforma el cerebro: fortalece las conexiones neuronales asociadas al amor, la serenidad y la autorregulación. Por eso se puede afirmar que la generosidad entrena la felicidad.
El “circuito del recibir”: gratitud y reciprocidad
Recibir también tiene su correlato neurobiológico. Cuando alguien acepta con gratitud un gesto o una ayuda, el cerebro activa las áreas asociadas con la empatía, el reconocimiento y la pertenencia: la ínsula anterior, la corteza cingulada y la amígdala.
Estudios de Robert Emmons (Universidad de California y Universidad de Carolina del Norte) han mostrado que la gratitud estimula la liberación de serotonina y dopamina, regulando el ánimo y reduciendo síntomas depresivos.
El cerebro agradecido interpreta el recibir no como dependencia, sino como intercambio social positivo. En términos neurológicos, la gratitud cierra el ciclo del dar: al sentirse valorado, el que dio refuerza su conducta altruista, generando un circuito retroalimentado de cooperación.
La reciprocidad como arquitectura evolutiva
Desde la neurociencia evolutiva, se sabe que el cerebro humano se desarrolló en comunidades cooperativas. Dar y recibir favorecieron la cohesión de grupo y, por tanto, la supervivencia. Según estudios de Matthew Lieberman (UCLA), el cerebro humano es inherentemente social: el aislamiento activa las mismas zonas del dolor físico, lo que demuestra que la conexión y el intercambio son necesidades biológicas.
El altruismo, lejos de ser una excepción, es una adaptación evolutiva. Cuando damos, el cerebro experimenta una “recompensa anticipada”: se siente parte de algo mayor, lo cual refuerza el sentido de identidad y pertenencia.
La psicología del agradecimiento
Robert Emmons, pionero en el estudio científico de la gratitud, comprobó que quienes practican el agradecimiento regular tienen menos síntomas depresivos, duermen mejor y se sienten más conectados con los demás. La gratitud es la forma emocional de recibir bien: no como deuda, sino como reconocimiento del milagro de estar vivos y acompañados. Así como la física enseña que la energía no se crea ni se destruye, la psicología revela que la energía emocional del bien tampoco desaparece: se transforma, regresa, y multiplica. Dar y recibir son los dos polos del circuito del amor, el más poderoso de todos los sistemas humanos. Dar es expandirse. Recibir es aceptar esa expansión. Cuando ambas fuerzas fluyen, el individuo se integra al universo, y el universo, en cierto modo, se reconoce a sí mismo en nosotros.
El psicólogo que da escucha y comprensión, el periodista que ofrece verdad, el padre que brinda tiempo, la amiga que comparte su ternura… todos participan de una misma corriente: la del intercambio vital. Porque al final, como enseñan las antiguas sabidurías y confirma la ciencia contemporánea, nadie da sin recibir, y nadie recibe sin dar. Y cada vez que lo hacemos, el alma del mundo respira.
Dar y recibir como base de la sociedad
En el plano psicológico, dar y recibir no es solo una dinámica moral o afectiva, es el principio fundamental de la cohesión social, el lazo invisible que mantiene unida a una comunidad. Se trata de la cohesión social o el conjunto de vínculos que mantienen a los individuos integrados en la sociedad. Y esos vínculos —emocionales, éticos y simbólicos— nacen del intercambio: de la capacidad humana de dar significado, apoyo, conocimiento y afecto, y de recibirlos a cambio.
El antropólogo Marcel Mauss, en su célebre obra “(Ensayo sobre el don”, 1925), explicó que el acto de dar, recibir y devolver no es un gesto económico, sino una estructura espiritual y social que crea pertenencia y confianza. Dar no empobrece, fortalece el tejido humano. Recibir no somete, más bien genera reciprocidad. Desde la psicología contemporánea, la cohesión social se entiende como un equilibrio entre autonomía y conexión. Es decir, a la capacidad de sentirnos parte de algo más grande sin perder nuestra individualidad. Dar y recibir son los polos energéticos de ese equilibrio. En ellos, se refleja la misma ley universal que rige al cosmos como la interacción entre fuerzas opuestas que, junto a las neutrales, al complementarse, generan estabilidad y evolución. Por eso, enseñar a los niños —como en la consulta de Ana y Alex— a dar y aportar conscientemente, es enseñarles a participar del flujo vital del Universo, pero también a ser ciudadanos éticos y empáticos dentro de su sociedad. La generosidad y la cooperación no solo son virtudes morales, son mecanismos de supervivencia y de expansión colectiva. En el Universo, las galaxias se cohesionan gracias a la fuerzas de gravedad. En la humanidad, las personas se cohesionan gracias al amor y la reciprocidad. Sin ellas, la humanidad no hubiera sobrevivido, se habría extinguido.
La sabiduría de los pueblos antiguos
Desde el inicio las religiones comprendieron que dar y recibir no es una transacción, sino una ley cósmica. En ella se sostiene la armonía de la existencia, la circulación de la energía vital y el equilibrio de las relaciones humanas.
El equilibrio del Tao
En la filosofía china, el acto de dar y recibir se enraíza en el Tao, el camino natural del universo. En el Tao Te Ching de Lao Tse se aprende que “el sabio no acumula: cuanto más da a los demás, más posee para sí mismo. Cuanto más comparte, más crece su abundancia.” Dar no significa perder, sino dejar fluir. Retener, por el contrario, bloquea la corriente de la vida.
El equilibrio entre el Yin y el Yang también ilumina este principio. Dar es la energía activa (Yang), recibir es la energía receptiva (Yin). Ambas se complementan y solo juntas permiten la armonía. En el pensamiento taoísta, quien da sin esperar y recibe sin orgullo encarna la sabiduría del Cielo y de la Tierra, porque se convierte en canal de la totalidad.
La sabiduría hindú: el karma del dar
En la tradición hindú, dar es un acto sagrado llamado Dana, una virtud cardinal que purifica el alma y fortalece el dharma o el deber moral. El Bhagavad Gita enseña que “aquello que se da con fe, con corazón puro y sin esperar recompensa, es un don de virtud”. Lo que se da regresa —no necesariamente en la misma forma— porque toda acción genera una consecuencia. El acto de recibir, por su parte, también implica responsabilidad. Recibir sin gratitud o sin intención de dar continuidad al bien interrumpe el ciclo del karma. Por eso, tanto el dar como el recibir requieren conciencia. Así, no debemos dar por ego ni recibir por codicia, sino participar en el fluir divino del universo, donde cada gesto es una ofrenda.
La sabiduría judía: dar como justicia
En el judaísmo, el concepto de Tzedaká (צדקה) —que suele traducirse como caridad— significa literalmente “justicia”. No se trata de un gesto opcional, sino de una obligación moral. En el Talmud se dice: “Mas que el que da, se beneficia el que recibe, pues le ofrece al otro la oportunidad de ser justo.” Dar no es un acto de superioridad, sino un deber sagrado que mantiene la cohesión del pueblo. El Talmud Bavli (Bava Batra 10a) afirma que “el mundo se sostiene sobre tres cosas, la justicia, la verdad y la paz”. Y el acto de dar, cuando es justo y sin ostentación, se convierte en las tres a la vez. También se enseña que quien recibe debe hacerlo con dignidad, porque aceptar ayuda no lo disminuye: lo incorpora al círculo de la vida compartida.
El Nuevo Testamento: dar como amor
En el cristianismo, Jesús eleva el acto de dar a la máxima expresión del amor. “Hay más dicha en dar que en recibir” (Hechos 20:35). En el Evangelio según (Mateo, 6:3), enseña que “cuando des limosna, no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha.” El verdadero dar es silencioso, desinteresado, y brota del corazón que ama sin medida.
Recibir también tiene un sentido espiritual: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” (Mateo 7:7). Quien recibe con fe y humildad participa del intercambio divino entre Dios y el ser humano. En el fondo, dar y recibir son dos manifestaciones de la misma energía: el amor que se multiplica al compartirse.
La fe islámica
En el islam el dar representa la purificación del alma (Zakat), “Toma parte de sus bienes para caridad, con lo cual los purificarás y los santificarás.” (Surah At-Tawbah, 9:103). El Corán subraya que toda acción generosa es observada por Dios y retribuida en abundancia. También considera el recibir como acto de humildad y ordena que "quien acepta una ayuda no debe ser humillado, y quien da no debe sentirse superior". (Surah Al-Baqarah, 2:264)
La ley universal del intercambio
Desde Oriente hasta Occidente, todas las tradiciones coinciden en un mismo mensaje: el Universo no tolera el estancamiento. Lo que no circula se pudre. Lo que se comparte, florece. Dar y recibir es mantener en movimiento la corriente de la vida, del espíritu, de la abundancia. Dar es sembrar en otra conciencia lo que deseamos que florezca en el nuestro. Recibir es dejar que la vida nos devuelva, multiplicado, el fruto de esa siembra. Y así, en el flujo invisible entre las almas, el Universo se renueva a través de nosotros.
Consulta clínica: ¿Cómo enseñamos a dar y recibir?
Escena: Consultorio de la psicóloga en un ambiente sereno. Presentes, Alex, 38 años, ingeniero; Ana, 34, docente. Frente a ellos, la psicóloga, 45 años, los escucha con atención.
Alex: —Doctora, estamos aquí porque... últimamente discutimos mucho sobre cómo debemos usar nuestros recursos.
Ana: —Sí... tenemos dos hijos, de seis y ocho años que requieren todos nuestros recursos. Alex dice que tenemos que usar una parte de ellos para ayudar a otros familiares, amigos e incluso a desconocidos
Psicóloga: —¿Podrían contarme qué los preocupa más? ¿Temen que esto afecte a sus hijos o los prive de algo?”
Ana: —Aún no ha llegado a ese extremo, pero creo que primero están los hijos. Debemos satisfacer a la familia, y solo si queda algo ayudar a terceros.
Alex: —Yo respeto eso, pero de pequeño aprendí en mi religión que se debe dar el diezmo, es decir el 10 % de lo obtenido en el trabajo a la iglesia. Ya no formo parte de ninguna religión pero, creo que debemos usar ese porcentaje de nuestros ingresos para ayudar a los demás. Creo que es una ley universal, karmática. Además quiero que mis hijos lo aprendan y actúen así.
Psicóloga: —Ambos tienen razón en parte… ¿Lo que buscan, más allá del método, es llegar a un equilibrio que permita que ambos están satisfechos?
Ana: —Sí, pero... ¿cómo se hace eso sin religión? Yo no creo en ninguna religión, ni en diezmos. Podemos eventualmente ayudar, pero no como una ley del diez por ciento…
Psicóloga: —Creo que antes de llegar a un acuerdo deben pensar si todo acto de bondad, de ayuda, de respeto, genera movimiento. Y si todo lo que damos, de una manera u otra, regresa. Este es un punto esencial.
Ana: —¿Se refiere a eso que dicen de que el bien siempre vuelve?
Psicóloga (sonríe): —Sí, pero no como un simple refrán moral. Lo que damos no solo vuelve de afuera, se multiplica dentro de nosotros. Cuando damos, activamos una de las leyes más profundas del Universo como es la reciprocidad energética. En psicología positiva, Martin Seligman y Barbara Fredrickson demostraron que los actos altruistas producen bienestar tanto en quien los recibe como en quien los realiza. Es biológico y emocional. Nuestro cerebro libera oxitocina, dopamina y serotonina. por ello cuando damos o donamos nos hace sentir parte de algo mayor.
Alex: —O sea... ¿Al enseñar a nuestros hijos a compartir o ayudar, no solo formamos su carácter, sino también su equilibrio interior?
Psicóloga: —Exactamente, Alex. La bondad no es solo ética, es también salud emocional. Enseñar a dar, a aportar, es enseñar a sentirse conectados. Un niño que aprende a contribuir se siente valioso, por el contario uno que solo recibe, termina vacío.
Ana: —Me gusta eso. Siempre he pensado que la felicidad no viene de lo que se tiene, sino de lo que se entrega.
Psicóloga: —Y tiene toda la razón. En términos más amplios, podríamos decir que el Universo funciona bajo ese mismo principio. Las estrellas dan su luz, los árboles su oxígeno, los mares su agua, las personas su energía. Nada existe solo para sí mismo. El equilibrio —tanto cósmico como humano— depende del dar y recibir en armonía.
Alex: —Entonces, educar también sería enseñar a contribuir...
Psicóloga: —Sí. Enseñar que cada gesto, cada palabra y cada pensamiento son una forma de energía. Que cuando aportamos algo positivo, fortalecemos el polo luminoso del Universo. Y cuando actuamos desde el egoísmo o la indiferencia, alimentamos su sombra.
Ana: —Entonces, cuando decimos que Dios está en todo, también está en eso, en lo que damos.
Psicóloga: —Así es, Ana. Dios —o el Universo, si lo prefieren— se expresa a través de nuestra capacidad de dar. Cuando damos con conciencia, no perdemos, nos expandimos. Y el acto de aportar —a un hijo, a una pareja, a la vida misma— es el reflejo más humano y más divino del Creador que llevamos dentro.
(Ante el Silencio de Alex y Ana. la psicóloga continúa con voz suave.)
Psicóloga: —Quizás esa sea la mejor enseñanza moral que pueden darles a sus hijos:no solo decirles qué está bien o mal, sino mostrarles que el bien consiste en contribuir, en ofrecer algo de sí mismos al mundo. Dar y recibir no son opuestos. Son los dos polos de la misma energía que mantiene vivo al Universo.
Alex (reflexivo): —Entonces... al final, educar es enseñar a dar y aprender a recibir.
Psicóloga (asintiendo): —Y al dar, enseñarles a amar y a querer a los demás.Porque toda forma de dar —si es auténtica— es una forma de amor. Ahora con esta nueva perspectiva quisiera mediar entre ustedes para lograr que lleguen a un acuerdo en donde ambos queden satisfechos…
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En el fondo, todo acto de dar y recibir es un diálogo secreto entre la conciencia humana y el Universo. Damos no solo porque el otro lo necesita, sino porque nosotros también necesitamos expandirnos, sentirnos parte del flujo creador. Y cuando recibimos con gratitud, completamos el ciclo sagrado que mantiene viva la energía del amor. Nada existe aislado. La vida persiste porque todo fluye, se transforma y retorna. En psicología lo llamamos correspondencia, en la idealismo o la espiritualidad, compasión, y en la neurociencia, conexión. En cuanto a la conciencia lo llamamos amor al prójimo. Son distintos nombres para una misma verdad: la plenitud no se alcanza acumulando, sino compartiendo. Dar y recibir son las dos alas de un mismo vuelo. Cuando se abren juntas, el ser humano se eleva hacia su mejor versión y se alcanza la máxima felicidad. Y quizá ese sea el propósito último de la existencia: ser canales conscientes de la energía universal que circula entre los seres, dar con la conciencia abierta, recibir con gratitud… y permitir que el Universo respire a través de nosotros. Y así seguimos… dando y recibiendo. Porque dar con en conciencia es recibir de la Divina Providencia Universal su más dulce respuesta, la alegría de existir y recibir… En los países que celebran el Día de Acción de Gracias —Thanksgiving Day— a todos les damos nuestra profunda gratitud por leer nuestros artículos, y por recibir sus comentarios y sugerencias: ¡Muchas gracias!, querido lector… Si quieres profundizar sobre este tema, consultarnos o conversar con nosotros, puedes escribirnos a psicologosgessen@hotmail.com. Hasta la próxima entrega… Que la Divina Providencia del Universo nos acompañe a todos…
María Mercedes y Vladimir Gessen, psicólogos. (Autores de “Maestría de la Felicidad”, “Que Cosas y Cambios Tiene la Vida” y de “¿Qué o Quién es el Universo?”)
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