top of page

¿Dónde está el piloto?

La democracia, como forma de gobierno, ha sido esquiva en la historia de Rusia. Foto: Motorolla, Pixabay

En agosto de 1991, los miembros intransigentes del Partido Comunista de la URRS intentaron un golpe de Estado. Unidades militares artilladas salieron a las calles y tomaron las calles de Moscú, la capital del país. El movimiento sedicioso no duró mucho. Una actitud decidida por parte de Borís Yeltsin, Presidente a la postre de la Federación Rusa, junto a la resistencia espontánea de los ciudadanos, desactivaron la conjura. El fracaso de la conspiración significó, poco después, el fin del imperio soviético. Mijaíl Gorbachov, padre de las reformas políticas y económicas adelantadas con el nombre de glásnost y perestroika, sobrevivió al intento de golpe, pero su liderazgo fue seriamente quebrantado. Sus días como líder del país estaban contados.


Los eventos que se produjeron luego del intento de derrocamiento fueron muy complejos. Yeltsin asumió el protagonismo político como Presidente de la Federación Rusa tras la disolución de la Unión Soviética. Yegor Gaidar, un joven reformador económico fue escogido para conducir a Rusia a una economía de libre mercado. Pero Gaidar se llevó una buena sorpresa cuando asumió sus funciones de Estado: no había dinero, no había oro en las arcas del tesoro, ni siquiera cereales para terminar el invierno. No estaba del todo claro quién estaba a cargo del arsenal nuclear. En unas declaraciones a la prensa el nuevo Primer

Ministro de la era postsoviética confesaría que aquello fue como volar en un avión, entrar a la cabina y descubrir que nadie lo piloteaba.


Las reformas a medio concluir de Gorbachov habían hecho caer la economía, la escasez de los productos de primera necesidad era total, la inflación ascendía a más de 20% mensual. Los cambios adelantados, quedaron empantanados, llegaron demasiado tarde y fueron

demasiado tímidos. Realmente no se llegó hacer nada para modificar las bases de la economía planificada.


Jeffrey Sachs, experto internacional convocado para asesorar la transición, indicó en su oportunidad que la economía rusa no podía poner en práctica el modelo que Deng Xiaoping desarrolló en China. Era una nación industrializada y urbana en 80%, a diferencia de la

asiática, que en 80% tenía una condición rural y agraria.


Según Sachs, resultaba muy fácil poner en marcha varios restaurantes de iniciativa privada, pero, no se podía llegar al fondo del problema sin hacer algo respecto al núcleo industrial del sistema. La situación no era nada sencilla. El modelo comunista estaba demasiado desprestigiado para apenas considerar volver a él, pero lo cierto es que el malestar popular iba aumentando. El gobierno de Yeltsin tenía prisa, a diferencia del de Gorbachov, que siempre fue muy cauteloso y macilento en las reformas.


En definitiva, Yeltsin optó por un proceso de transición, desde una economía planificada, altamente estatizada e intervenida, a una de mercado, pero de manera poco transparente y hasta cierto punto salvaje. Se desarrolló un proceso de privatizaciones de bienes, activos y empresas públicas favoreciendo privilegios grupales y monopólicos.


Sobrevino lo que se conoce como un “capitalismo de amigotes”. Se daban y se quitaba favores gubernamentales a discreción de los jefes políticos del nuevo régimen. Poca seguridad jurídica y desconfianza prevalecieron, a lo cual habría que sumar mucha corrupción e ineficiencia. Sin embargo, con el transcurso del tiempo, las cosas empezaron a estabilizarse en la esfera económica, lo que demuestra que un modelo de carácter mercantilista, con todos sus vicios e imperfecciones, es mejor que el modelo socialista que

había colapsado.


A modo de hipótesis podría decirse que las características que tuvo la reconversión de la economía rusa explican la emergencia del liderazgo político que sobrevino luego del

período de Yeltsin. Un proceso de transición manejado de manera arbitraria, centralista y muy desordenado, tuvo mucho que ver con la consolidación de un liderazgo con tendencias autoritarias y hasta mesiánicas como el que encarna el hoy gobernante y hombre fuerte de Rusia Vladímir Putin.


La tradición cultural y política de ese país euroasiático también explica esta deriva poco democrática en su sistema político. Primero el régimen zarista de la dinastía Románov, absolutista y atrasado, para luego imponerse la hegemonía bolchevique de Lenin y Stalin, totalitaria, de partido único e inexistentes libertades individuales y públicas, conforman un contexto que marca la marcha de los procesos y la evolución de los eventos en esa vasta

nación. La democracia, como forma de gobierno, ha sido esquiva en la historia de Rusia.


Queda claro, con la experiencia rusa, que la hipertrofia del tamaño del Estado hace que a la postre, desaparezcan las articulaciones básicas de una sociedad, se deformen las maneras de interacción y cooperación social y finalmente se desdibuje el mismo poder estatal, al punto, como comentó en su momento el ex Primer Ministro Yegor Gaidar, la situación de la Rusia postcomunista semejaba el título de aquella famosa comedia cinematográfica: “Donde

está el piloto”.


Comments


21

¡Gracias por suscribirte!

Suscríbete a nuestro boletín gratuito de noticias

Únete a nuestras redes y comparte la información

  • X
  • White Facebook Icon
  • LinkedIn

© 2022 Informe21

bottom of page