En Burgos, España, hay Café y libros con aroma a tierra mojada
- Máximo Rondón Aguirre
- hace 2 horas
- 4 Min. de lectura

Yajaira Ángulo Reinoza llegó a Europa en 2019 con un destino en mente: Madrid, y un solo plan: trabajar “en lo que salga, siempre que fuese honrado”. Sin embargo, un giro del destino le cerró la puerta del alojamiento en la capital y la desvió hacia Burgos, donde un amigo podía recibirla. Lo que empezó como una solución práctica se convirtió pronto en conexión íntima. Burgos, con sus montañas alrededor, su vegetación y su ritmo reservado y silencioso, le recordó a Mérida, su ciudad natal en los Andes venezolanos.
El deseo de “echar raíz” es el centro de su relato y la clave que explica el nacimiento de Petricor, la cafetería-librería que, “con olor a tierra mojada” abrió Yajaira Ángulo Reinoza en el Paseo Regino Sainz de la Maza, bajo 4, 09004, Burgos, España. Lo hizo porque “quien no arraiga en el lugar que lo acoge no prosperara, igual que un árbol que no termina de afianzarse en la tierra”. Echar raíces, dice, implica crear sueños, intenciones e ilusiones en el nuevo territorio, y su cafetería-ibrería es la materialización concreta de ese propósito.
La idea venía de lejos, inspirada por un cafélibrería de Mérida que le había demostrado que libros y café pueden convivir como un mismo gesto de hospitalidad. En Burgos, a esa combinación le añadió “un poco de arte”, apoyándose en su experiencia teatral, en una red de amistades y en una pareja que la han ido sosteniendo en la aventura de emprender sin ayudas oficiales, con sus ahorros y mucho “trabajo de hormiga”.
La librera que aprendió a leer de nuevo
Antes de levantar Petricor, su primer anclaje con la ciudad fue el carnet de biblioteca pública: los libros, dice, la han salvado siempre y la acompañan dondequiera que va. Más tarde, trabajar en una librería en la centenaria librería burgalesa “Música y Deportes” fue para ella una experiencia confrontativa”, porque “no es lo mismo crecer leyendo literatura sudamericana que adentrarse en los clásicos y en los ritmos narrativos europeos”.
Ese encuentro con autores de los siglos XVIII y XIX reforzó en Yajaira una intuición: “la naturaleza humana permanece, cambia el contexto, pero no el impulso de perseverar y de cambiar el propio destino”. Yajaira cita, por ejemplo, la lectura de una novela victoriana donde una mujer decide transformar su vida trazando un plan concreto, y ve ahí un espejo del mismo deseo contemporáneo de tomar las riendas y no resignarse.
Libros vividos y citas a ciegas
En las estanterías de Petricor conviven libros nuevos con lo que ella llama “libros vividos”: ejemplares donados que priorizan filosofía, narrativa, ensayo y clásicos a precios asequibles. Yajaira piensa especialmente en estudiantes o en personas que, como ella cuando llegó a Burgos, que quizá no pueden pagar veinte euros por un libro, pero sí cinco, y así acceder a buenas lecturas.
Escoger un libro, asegura, se parece mucho a tener una cita. Se abre, se hojea, se leen unas páginas y el lector decide si habrá un segundo encuentro, o si es mejor no volver a verse. No habla de libros buenos o malos en términos absolutos, porque “el arte es subjetivo”, pero sí defiende que hay obras con más o menos calidad literaria.
Un espacio sin algoritmos
Una de las ideas más claras de Yajaira es la necesidad de recuperar la experiencia humana frente a la lógica algorítmica que domina la recomendación de contenidos. Sabe que si un lector indica que le gusta, por ejemplo, cierta novela romántica o gótica, el algoritmo insistirá una y otra vez con títulos similares, estrechando el horizonte de lo posible.
En Petricor, en cambio, quiere defender el azar y la curiosidad: que una portada, un título inesperado o un libro que no se venía buscando provoquen un encuentro nuevo. Para ello organiza clubes de lectura y dos eventos fijos al mes: una “fiesta literaria”, donde las personas intercambian libros envueltos como regalos y conversan sobre ellos, y una “fiesta de lectura”, en la que se lee en silencio en compañía y luego se abre una tertulia improvisada.
Café, tertulia y desobediencia al miedo
El proyecto no ha estado exento de obstáculos, pero el mayor, confiesa, no ha sido económico, sino emocional: lidiar con el miedo ajeno, con quienes le repetían que abrir un espacio así en Burgos era una locura. Durante los primeros meses se descubrió a sí misma tranquilizando a los demás y asegurando que todo iría bien, aun cuando ella misma no tenía claro el “cómo”.
Hoy, con Petricor en pie, recuerda maravillada a los clientes más jóvenes que se acercan preguntando por Chéjov o por los clásicos. Eso, la reconforta, y se da cuenta de que todo van bien, que el camino, pese a las dificultades, merece la pena.
La tecnología como secretario, no como oráculo
La inteligencia artificial forma parte de su día a día, pero en un rol muy definido: la IA es “su secretario”. Insiste en que la que crea es ella, mientras que la herramienta se limita a abreviar, dar forma o sugerir estructuras a partir de lo que ya ha pensado. Su único temor no es a la tecnología, sino a que las personas se deshumanicen tanto que olviden que siguen siendo ellas quienes mandan y las máquinas las que obedecen.
Echar raíces sin perderse
La metáfora que Yajaira utiliza para hablar de sí misma condensa toda su filosofía: un campo de girasoles y, en medio, una sola amapola. “La amapola siempre será una amapola, incluso rodeada de otras flores, pero para crecer necesita echar raíces en ese campo ajeno”. Así entiende su vida: venezolana de esencia, burgalesa de hogar, convencida de que abrazar con amor la cultura que recibe no borra el origen, sino que le ofrece el contexto necesario para prosperar.


