Todos hemos visto las imágenes. Merecieron ganar. Fue un partido “no apto para cardiacos”. Dos a cero hasta casi el final. De pronto los franceses empatan. Los argentinos vuelven a hacer otro gol en los últimos momentos. Los argentinos creen que han ganado. No es “posible” que Francia vuelva a empatar...
Es el delirio total en las gradas de los fanáticos argentinos. Un golazo de Kylian Mbappé y Francia vuelve a empatar. El partido se decidirá por penaltis. Es el momento de los porteros. Emiliano (“Dibu”) Martínez atrapa dos bolas. Argentina gana y está muy feliz. Los argentinos se besan y abrazan en las calles de su país. Por un buen rato olvidan las divisiones y las penurias. Son, otra vez, campeones del mundo de fútbol.
Por no faltarle, tiene hasta el tributo de los centros marginales de la información, las llamadas “redes sociales”, que pronto serán el modo de comunicación habitual (mis nietas no utilizan la tv o la radio): 27 millones de veces ha aparecido en pantalla la imagen de Leo Messi con el trofeo. Eso ocurrió en los días 18 y 19 de diciembre de 2022, cuando ganaron la competición. También sus partidarios han oprimido la señal de “like” como si se tratara de otro campeonato y lo han ganado. Hacía 36 años que el fenómeno no ocurría.
Desde México en 1986. Las “redes sociales” comenzaron, tímidamente, en esos años. Pero se desarrollaron plenamente a partir del 2000. Cuando eso sucedió también estaba el mejor jugador del mundo junto a ellos, Diego Armando Maradona. Ahora ese rango y esa distinción le tocaron a Leo Messi. Sin la “Mano de Dios” tocando el balón para ayudar a la Argentina frente a los ingleses. Esta vez fue sin complicidad sobrenatural alguna.
Dejemos la polémica habitual. Pelé, el brasileño, Maradona y Messi son tres grandes. Pelé está muriéndose, Maradona ya murió en el 2010, prematuramente, y Messi podría retirarse pronto. Entremos en otra discusión: qué significa el fútbol para Argentina. Me habría gustado conocer la opinión de mi amigo, el sociólogo Juan José Sebrelli. Creo que es la religión de numerosos argentinos. Casi todos creen en el fútbol como algo central de sus vidas, y están dispuestos a perdonárselo todo a quien funja como “dios” provisionalmente.
Es al revés. En el cristianismo Dios le perdona todo a los cristianos, pero eso no es gratis. A cambio debe mostrar un genuino arrepentimiento público o privado. En Argentina todos, o casi todos, menos Sebrelli, están dispuestos a perdonar la mayor ofensa (meter un gol con la mano), siempre que el que la comete sea “dios” y sin necesidad de arrepentimiento. Digamos: que con “recochineo”, esa palabra tan fuerte españolísima.
Pero significa más todavía. Los argentinos encuentran en el fútbol la expiación del pecado de haberse inhibido de la batalla por el desarrollo. No es posible evadirse de la información de que Argentina, hasta 1930, era una de las naciones más exitosas de la tierra. A partir de ese año comenzó el extravío. Hasta ese punto, Inglaterra, fundamentalmente, proporcionaba los recursos para las inversiones y las innovaciones esenciales.
Por ejemplo, los trenes que podían sacar los granos de cualquier provincia, y las carnes que necesitaban barcos refrigerados para cualquier trayecto de más de tres días. Europa, con sus campos deshechos por la Primera Guerra mundial (1914-1918), requería alimentos, y Argentina se los proporcionaba. Después de la Primera Guerra mundial vino la Segunda (1939-1945), pero ya estaba instalado Juan Domingo Perón, un militar carismático, en Buenos Aires, primero como Secretario del Trabajo y luego, a partir de 1946, como presidente.
De esos años es el “discurso“ sobre Economía de Perón. Un ayudante le advierte que no hay dólares ni libras de esterlina en el tesoro público. Perón sale al balcón y hace una pregunta retórica: “¿Ha visto la clase trabajadora argentina un dólar?” “No” responde con un rugido unánime y desafiante ‘la clase trabajadora argentina’, (para esa época los “descamisados” del peronismo). Si nadie lo ha visto es prescindible. Perón es un demagogo o un ignorante. A mediados del siglo XX le dan un golpe de Estado. Da ciertos tumbos por América Latina tratando de recuperar el poder y acaba en la España del general Francisco Franco, entonces el decano de los dictadores de habla hispana (más tarde sería Fidel Castro, entronizado en 1959).
Franco cree en “el pan y circo”. Dota a los españoles de una buena cantidad de circo. La gran afición por el fútbol viene con el franquismo. El argentino Alfredo Di Stéfano, llamado “la saeta de oro”, es elegido por Franco para jugar con el Real Madrid. Se lo disputaba, con razones, el Barça. Franco creía que le correspondía a Madrid tener un equipo de fútbol maravilloso. Los catalanes eran demasiado levantiscos. El Real Madrid, con Di Stéfano, gana cinco veces consecutivas los campeonatos de Europa (1956-1960). A España le ocurría lo que a la Argentina. Había tenido un pasado fastuoso de primera potencia mundial. Era la época en que Argentina era diferente a su entorno. A partir de ahí sólo era diferente en el fútbol. Afortunadamente, el fútbol mezclado con la democracia. Por eso se abrazan a ese rasgo de la convivencia. Los argentinos quieren que se les juzgue por el trazo con que se distinguen en el planeta. Yo creo que sigue siendo una gran nación.
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