En Venezuela, luego de la caída del régimen de Marcos Pérez Jiménez, el socialismo en su versión socialdemócrata se impuso frente a la otra la versión, la socialista revolucionaria. No era una revolución proletaria lo que estaba en desarrollo en nuestra nación por allá en 1958, sino una “revolución democrático-burguesa”.
La izquierda marxista revolucionaria realizó una caracterización equivocada de la naturaleza de la transición que se estaba operando hace 63 años atrás. En ese momento consideraron
erróneamente que lo que estaba planteado era un tránsito del capitalismo al socialismo y no un tránsito del autoritarismo militar a la república civil, como efectivamente ocurrió.
A los ojos de los marxistas más jóvenes y radicales de la época, los logros reales obtenidos a propósito de las jornadas populares en contra del régimen militar que culminaron con los
eventos del 23 de enero de 1958, palidecían frente al éxito obtenido un año después por los barbudos de Fidel Castro y ante la magia de una cautivadora épica de violencia guerrillera como forma de tomar el poder.
En definitiva, una mezcla de admiración por la experiencia de una revolución tropical y caribeña, junto a la creciente frustración respecto a los resultados venezolanos, distorsionaron la visión de una joven y brillante generación política, a saber: Teodoro Petkoff,
Alfredo Maneiro, Américo Martín, Moises Moleiro, etc. Impaciencia e izquierdismo, la enfermedad infantil del comunismo según Lenin.
Ese terrible error de enfoque le costó caro a la izquierda marxista venezolana. Casi 20 años le llevó mostrar síntomas de recuperación. Las malas ideas tienen consecuencias. Algo similar le está ocurriendo hoy al liderazgo opositor en la Venezuela del siglo XXI.
Los socialistas revolucionarios de la década del 60 del siglo pasado evolucionaron hacia posiciones más moderadas y aprendieron la lección luego de una larga penitencia. Pero no
todos. Hubo algunos, la llamada “izquierda borbónica”, esa que ni cambia ni aprende, como decía el agudo Teodoro Petkoff, que corajudamente aguantó el chaparrón y se atrincheró en los cines club, en la canción protesta, en los gremios periodísticos, en las organizaciones de derechos humanos, en los centros de estudiantes, en los grupos culturales, en algunos sindicatos, en asociaciones populares, en ciertas congregaciones religiosas progresistas y también en el seno de logias militares.
A pesar de la caída del muro de Berlín (1969), una parte de la izquierda radical venezolana seguía soñando con la revolución socialista. Tuvieron paciencia. Ocurrió el “caracazo” y luego la rebelión militar del 4 de febrero de 1992. De forma extraña, por allí en los años 90 del siglo XX, ocurrió un curioso encuentro entre sectores conservadores de la plutocracia mercantilista
venezolana y esa “izquierda borbónica, sólo que esta última tuvo mayor eficacia para la toma del poder político.
La oposición venezolana del siglo XXI, en su conjunto, no ha entendido ni entiende, las características del fenómeno que tuvo y tiene en frente, es decir la verdadera naturaleza de su adversario.
Por eso su errático desempeño. No comprendió que combatía y combate a una revolución socialista en el poder. Como le sucedió a la izquierda marxista en los años 60 del siglo pasado, confundió su análisis de entorno y también se vio seducida por los atajos.
Hay un dato histórico curioso. Las luchas por las reformas políticas durante el siglo XX en Venezuela se dan después de prolongados procesos de recuperación económica. De 1920 a
1960, según estadísticas de Asdrúbal Baptista, el país experimentó un período de crecimiento y modernización muy importante, observando un incremento de su PIB por habitante de
más de 1000%. En ese mismo lapso Venezuela conoce profundos cambios en sus arreglos políticos institucionales hacia formas democráticas plenas, votos universales y secretos, propios de una república civil.
Lamentablemente los errores esencialmente económicos y cierta decadencia moral de la socialdemocracia laica y cristina que gobernó durante 40 años al país, le abrieron la oportunidad a una regresión política pavimentando el camino al poder, de forma electoral, a un demagogo poderoso, líder militar, muy carismático, revolucionario y socialista.
A título de hipótesis, se me ocurre pensar que para producir una regeneración de nuestro sistema democrático, tal y como se pretendió con éxito a partir del 23 de enero de 1958, tendríamos como prerrequisito que transitar previamente por un período de crecimiento económico a fin de que los ciudadanos de este país, un poquito menos precarizados y más capitalizados, pongan nuevamente en su radar de preferencias el interés por tener más
sólidas y amplias libertades políticas.
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