De las cámaras imposibles a los universos generativos: mi salto a la era Showrunner
- Juan E. Fernández, Juanette
- hace 13 horas
- 3 Min. de lectura

A finales de los 90, hacer cine en Venezuela era casi un acto de fe. No hablo de encontrar una buena historia o un elenco comprometido; me refiero a algo tan básico como la posibilidad de encender una cámara. Entre la inestabilidad económica, los costos de producción y un sistema de apoyos que siempre parecía llegar tarde o a cuentagotas, cada intento de rodaje se transformaba en una carrera de obstáculos. Y no eran obstáculos pequeños: eran murallas.
En 2001, buscando aprender de los mejores y quizás encontrar un atajo hacia ese sueño,
viajé a La Habana para estudiar guion en la Escuela Internacional de Cine y Televisión, bajo la guía de Senel Paz, el guionista de Fresa y Chocolate. Fue una experiencia formativa, intensa, que me confirmó que escribir para cine no era solo técnica, sino también una cuestión de mirada, de entender el mundo y a sus personajes. Regresé con más herramientas y más hambre de contar historias… pero el panorama en Venezuela seguía igual de áspero.
Durante años trabajé en medios, escribí, produje, toqué las puertas equivocadas y las correctas… pero nunca logré concretar un largometraje. No porque no hubiera historias,
sino porque llevarlas a la pantalla requería una estructura que, en nuestro contexto, era
un lujo.
La primera vez que pude producir una película fue a los 43 años, ya lejos de Caracas. Me había mudado a Buenos Aires a los 37, buscando nuevos horizontes y un terreno menos hostil para la creatividad. Esa primera vez fue con La Uruguaya, producida en plena pandemia, cuando el mundo entero estaba encerrado y parecía que los proyectos culturales quedarían congelados. Contra todo pronóstico, la rodamos y la estrenamos, y con ella entendí que incluso en las condiciones más adversas, el cine podía abrirse camino.
Hoy, en 2025, estoy a las puertas del estreno de mi segunda película como productor asociado: La Muerte de un Comediante, ópera prima de Diego Peretti como director, codirigida junto a Javier Beltramino. Y en paralelo ya avanzamos con lo que será mi
tercera producción: una serie animada sobre la vida de Dibu Martínez, todas bajo el
paraguas de Orsai Audiovisuales. Tres proyectos que en los 90 me habrían parecido
inalcanzables, no solo por recursos, sino por el propio ecosistema de producción.
Y, sin embargo, mientras sigo transitando la ruta del cine “tradicional”, no puedo ignorar lo que está ocurriendo en el borde más experimental del audiovisual. Ahí aparece Showrunner, una plataforma que propone algo que en mis años en Venezuela habría sonado a ciencia ficción: que cualquier persona pueda escribir lo que quiere ver y la inteligencia artificial lo transforme en una escena, un episodio o una serie completa.
Que, además, puedas entrar a universos narrativos ya creados, remezclarlos, ponerte como personaje, moldear la trama en tiempo real y, si tu contenido se selecciona, cobrar por ello y aparecer acreditado en IMDb.
La lógica de Showrunner es híbrida: temporadas canónicas producidas por un equipo interno, seguidas de contenido derivado hecho por la comunidad. Una apuesta que mezcla el streaming con la cultura gamer, y que convierte la personalización y el remix en parte central del producto.
No sé si este modelo será la revolución que cambie la industria o si quedará como una curiosidad tecnológica, pero sí sé que, para alguien que pasó media vida intentando contar historias con medios escasos, la idea de poder hacerlo sin pedir permiso ni hipotecar el futuro es casi revolucionaria.
Tal vez Showrunner no sustituya al cine tradicional, ni al oficio de los guionistas, ni la magia irreemplazable de un rodaje. Pero está abriendo una puerta distinta. Y para quienes conocemos las murallas de producir en otra época y en otro lugar, esa puerta se siente como un set infinito donde, por primera vez, todo parece posible.