Belleza con propósito y voz propia
- Maria Mercedes y Vladimir Gessen
- hace 6 horas
- 13 Min. de lectura
Atrás quedó el glamour vacío. Las misses del siglo XXI representan coraje, conciencia y el sueño de millones de niñas de liderar en el futuro
Los concursos ya no solo premian cuerpos ideales, más bien forman líderes con propósito, conciencia social y voces de cambio. Durante décadas, los concursos de belleza fueron el blanco de múltiples críticas como la “cosificación”, que se refiere al tratamiento de una persona como si fuera una cosa, un objeto sin autonomía, emociones o voluntad propia, o surgieron estereotipos de que las Misses son “tontas”, o de críticas sexistas. Pero hoy, al observar eventos como el Miss Mundo proveniente del Reino Unido, el Miss Internacional en Japón, y el Miss Universo en México, no podemos sino reconocer que ha cambiado el concepto de la belleza femenina.
Lejos de ser vitrinas de perfección estética, estos certámenes se han transformado en verdaderas plataformas de formación integral, donde las participantes ya no son evaluadas solo por su apariencia, sino por su capacidad de liderazgo, su inteligencia emocional, su compromiso social y su visión del mundo. En este nuevo paradigma, una reina de belleza no es una figura ornamental, sino una líder en construcción, una portavoz que representa a quienes no siempre son escuchados.
En cada fase de preparación —que puede durar meses o incluso años— las candidatas reciben capacitación en oratoria, relaciones humanas, manejo del estrés, resolución de conflictos, comunicación intercultural, e incluso, en derechos humanos y desarrollo sostenible. Muchas veces, estas jóvenes son entrenadas por expertos en psicología, nutrición, filosofía, ciencias sociales y artes escénicas, lo cual configura un ecosistema formativo de altísimo nivel. Esta formación las empodera no solo para el certamen, sino para sus vidas personales, profesionales y cívicas.
A nivel psicológico, este proceso permite desarrollar la autoeficacia, el autoconocimiento, la resiliencia y la capacidad de influir positivamente en los demás, habilidades que son reconocidas hoy como fundamentales para el liderazgo contemporáneo.
Asimismo, estos certámenes han incorporado cada vez más espacios de compromiso comunitario y responsabilidad social, en los que las candidatas deben presentar proyectos concretos que impacten en sus comunidades como campañas de alfabetización, prevención del suicidio, lucha contra la violencia de género, inclusión de personas con discapacidad, acceso al agua potable, entre muchas otras iniciativas sociales. De este modo, la belleza se convierte en un vehículo de cambio, en una herramienta de transformación cultural.
De la belleza física a la belleza con propósito
Ahora, el concepto se ha ampliado de manera radical. La nueva belleza es consciente de sí misma, compasiva con los demás, culta en su discurso y activa en su rol social. Es una belleza que no se mide únicamente en centímetros ni en proporciones, sino en coherencia interna, autenticidad, sensibilidad y propósito vital.
Esta transformación responde a una necesidad cultural y psicológica porque las mujeres —y la sociedad en general— ya no quieren ser juzgadas por su apariencia sino reconocidas por su valor como seres humanos íntegros. Tal como plantean autoras feministas contemporáneas como Naomi Wolf, una escritora y activista estadounidense, nacida en 1962 en San Francisco. Ella se convirtió en una voz influyente de la tercera ola del feminismo tras la publicación de The Beauty Myth (1991), obra en la que analiza cómo los estándares de belleza se usan socialmente para controlar a las mujeres, o Chimamanda Ngozi Adichie, que indica que el cuerpo de la mujer no puede seguir siendo su única carta de presentación, ni mucho menos su prisión simbólica.
Reinas globales
Iniciativas como Beauty with a Purpose en Miss Mundo encarnan esta nueva perspectiva. Las candidatas no son sólo modelos de elegancia, sino embajadoras globales de causas sociales urgentes. Se trata de una red de mujeres jóvenes que actúan como catalizadoras del bien común en más de 140 países. Muchas de ellas crean y lideran fundaciones, coordinan campañas contra la violencia doméstica, gestionan fondos para cirugías infantiles o llevan alfabetización a zonas rurales. Belleza y acción, que en este contexto, se convierten en sinónimos.
En Japón, el Miss Internacional pone el énfasis en una dimensión aún más filosófica. Se trata de la paz, la diplomacia, el entendimiento cultural y la conciencia planetaria. Las finalistas se entrenan en habilidades que antes solo se asociaban a carreras diplomáticas o académicas. Así estudian oratoria multicultural, manejo de conflictos internacionales, sostenibilidad ecológica, lenguas extranjeras, y desarrollo personal basado en valores éticos universales. Se les invita a pensar como ciudadanas del mundo, preparadas no para posar, sino para influir, para dialogar, para construir puentes.
El eslogan del concurso, “Difundir la paz y la belleza en el mundo”, no es una consigna vacía, siendo el único país que ha sufrido en dos ciudades un ataque nuclear.
Por su parte, en México, la organización de Miss Universo ha dado un paso revolucionario al abrir sus puertas a una representación inclusiva y verdaderamente diversa. Expresan que “somos una organización global que celebra todas las culturas, orígenes y religiones. Creamos y brindamos un espacio seguro para que las mujeres compartan sus historias y generen impacto personal, profesional y filantrópico. Las mujeres que participan en esta plataforma internacional son líderes inspiradoras y modelos a seguir para sus comunidades y seguidores en todo el mundo”.
Las nuevas Misses
Casos sobran, como el de la jamaicana Toni-Ann Singh, Miss Mundo 2019, quien no sólo impresionó al jurado con su talento musical, sino que dedicó su reinado a impulsar programas de empoderamiento femenino y acceso educativo para niñas en situación de pobreza. Ella declaró: “Quiero que cada niña, sin importar de dónde venga, sepa que tiene derecho a soñar y a lograrlo”.
La filipina Catriona Gray, Miss Universo 2018, es recordada no solo por su presencia imponente sino por su trabajo con niños en zonas marginales de Manila, a quienes llevó educación, alimentación y apoyo psicológico. Se graduó en música, es embajadora de la Cruz Roja Filipina y forma parte de su discurso: "Quiero ser recordada no por la corona, sino por lo que hice con ella".
En Japón, Sireethorn Leearamwat, Miss Internacional 2019, rompió esquemas al ser la primera farmacéutica en ganar un certamen internacional. Desde su victoria, ha promovido campañas globales de salud pública y educación sanitaria en comunidades rurales de Asia, especialmente en tiempos de pandemia.
Andrea Meza, Miss Universo 2020 y oriunda de México, es ingeniera en software y activista por los derechos de los pueblos indígenas. Ha utilizado su plataforma para denunciar la violencia de género en América Latina y promover proyectos de desarrollo sostenible. Ella misma ha dicho: "La belleza también es programar, también es luchar, también es decir no".
Estos casos ilustran que hoy las coronas no pesan por su oropel, sino por la responsabilidad que representan. Es un nuevo modelo femenino, uno que combina la presencia escénica con la profundidad ética, la imagen con el mensaje, y la estética con el servicio.
Precursoras
Y si hablamos de pioneras que demostraron que una reina de belleza puede trascender los escenarios y convertirse en referente nacional e internacional, el caso de Irene Sáez es paradigmático. Miss Universo 1981, de formación universitaria y políglota, fue alcaldesa de Chacao, gobernadora del estado Nueva Esparta, y candidata presidencial en Venezuela en 1998. Su carrera política desafió los prejuicios que suponían que una mujer bella no podía ejercer el poder con eficacia y visión. Irene Sáez encarnó —mucho antes de que fuera tendencia— una síntesis entre inteligencia política, sensibilidad social y simbolismo femenino. Como ella misma expresó: “No se trata de tener una corona, sino de saber qué hacer con ella y cómo convertirla en una herramienta para servir”.
También destaca el caso de Nina Sicilia, primera Miss Internacional de Venezuela (1985), quien después de su reinado desarrolló una carrera como gerente, productora de televisión y consultora de imagen y liderazgo femenino. Ha tenido una activa participación en medios de comunicación y eventos empresariales, tanto en Venezuela como en otros países de América Latina. Es conocida por promover una visión ética, humana y profesionalizada de los concursos de belleza, alejándose de los estereotipos superficiales. Hoy dirige con acierto el Miss Venezuela. Su aporte ha sido clave, en momentos muy difíciles en su país, para transformar la experiencia del certamen en un proceso de desarrollo personal y profesional, incluyendo el trabajo con psicólogos, coaches, nutricionistas y entrenadores éticos. Para ella, “una Miss no es una imagen perfecta, es una mujer en proceso, en evolución, que está aprendiendo a conocerse y a dar lo mejor de sí al mundo.”
Por su parte, María Gabriela Isler, Miss Universo 2013, se ha convertido en una líder en temas de derechos humanos, igualdad de género y lucha contra la violencia hacia la mujer. Fundó la organización Universe of Blessings Fund, que trabaja en el empoderamiento económico de mujeres en situación de vulnerabilidad. Como embajadora de la ONU, ha denunciado la trata de personas y la explotación sexual. Su compromiso ha sido tan sólido como su presencia en los medios: “No quiero ser recordada solo por un vestido de gala. Quiero que recuerden la voz que usé para ayudar a otras mujeres a alzar la suya”, ha dicho.
Estos tres casos venezolanos no son anecdóticos. El Miss Venezuela durante más de medio siglo ha liderado una tendencia en materia de la beldad femenina, desde que los concursos de belleza se entienden como escuelas de formación integral, plataformas de visibilidad social y vehículos de transformación cultural.
La visión empresarial y mediática:
Belleza como marca, contenido y valor social
Los concursos de belleza, más allá de ser eventos estéticos o culturales, también son hoy ecosistemas empresariales complejos, insertos en las dinámicas de la economía digital, el entretenimiento global y las industrias del branding y la influencia social. Su poder de atracción no se limita a la audiencia tradicional de la televisión. Por ello, han migrado con éxito al entorno multiplataforma, conquistando el terreno de las redes sociales, el streaming, los formatos interactivos y la economía de la atención.
En este nuevo escenario, la belleza no se vende, se comunica, se narra, se convierte en contenido con propósito. Las candidatas son creadoras de historias, influenciadoras de tendencias, portavoces de causas. La narrativa ya no es solo el desfile en traje de gala o baño, sino los reels con mensajes sobre salud mental, los podcasts sobre empoderamiento, los documentales sobre proyectos sociales en comunidades vulnerables. En este sentido, la belleza es una marca personal y una estrategia de comunicación.
Empresarias visionarias como Adriana Cisneros, CEO del Grupo Cisneros, lo han entendido claramente. Heredera de una tradición mediática que impulsó durante décadas la transmisión de certámenes como el Miss Venezuela y Miss Universo, Adriana ha sido enfática en señalar que “el futuro de estos eventos depende de su capacidad para adaptarse a los valores contemporáneos y ser plataformas que impulsen la educación, el liderazgo y el pensamiento crítico de las mujeres”.
Desde su visión estratégica, el certamen no debe ser una reliquia cultural, sino una herramienta de transformación social inserta en el lenguaje empresarial de impacto.
No es casual que hoy muchos de los principales concursos del mundo estén siendo liderados o asesorados por figuras con experiencia en negocios, diplomacia, medios y tecnología. Miss Universo, hoy con su sede en México, ha manifestado su intención de reposicionar el certamen como una organización de empoderamiento global femenino, con alianzas con universidades, ONGs y organismos internacionales.
Formación para crecer y trascender
Desde una perspectiva comunicacional, los concursos también funcionan como laboratorios de construcción de relato de identidad nacional e internacional. Ser Miss Venezuela, Miss México o Miss Japón implica representar no solo una estética, sino la historia de un país, una cultura, una manera de entender el mundo. Por eso los certámenes interesan a gobiernos, embajadas, empresas globales, agencias de cooperación, fundaciones y plataformas educativas.
Nuestra opinión
Como consultores psicológicos en certámenes de belleza y en la formación integral de las Misses, hemos tenido el privilegio de participar, durante más de una década, en procesos de selección, adiestramiento, evaluación y acompañamiento emocional de miles de candidatas. A muchas de ellas las hemos recibido con sus inseguridades profundas, temores al rechazo, heridas emocionales no resueltas, o cargas sociales difíciles de sobrellevar. Sin embargo, a lo largo del proceso —mediante un trabajo personal consciente y un acompañamiento respetuoso y ético— hemos sido testigos de transformaciones verdaderamente poderosas. Mujeres que emergen empoderadas, con voz propia, propósito claro y una comunidad que las reconoce no por su apariencia, sino por la fuerza interior que han logrado construir.
Esta metamorfosis es real. Hemos sido testigos de mujeres que, después de participar en concursos, se convierten en profesionales, activistas, escritoras, terapeutas, emprendedoras, líderes comunitarias o diplomáticas. En muchos casos, el concurso —obviamente formatico y educativo— actúa como un catalizador de una vocación dormida, despertando en ellas un llamado que trasciende los reflectores.
No obstante, hay que ser claros, esta formación no ocurre por arte de magia. Depende en gran medida de la ética de la organización, la calidad del equipo profesional que acompaña a las candidatas, y la cultura interna que se cultive. Si se mantiene un enfoque reduccionista, competitivo y superficial, se perpetúa el daño. Pero si se adopta una mirada humanista, colaborativa y educativa, los concursos pueden convertirse en escuelas de vida.
Como psicólogos, hemos sostenido con firmeza que parte de nuestra labor debe ser también la de actuar como ombudsman ético dentro del proceso, velando por el bienestar integral de las participantes. Esto implica prevenir posibles abusos de poder, negligencias o malas prácticas, y garantizar que, en todo momento, se respeten los derechos humanos, la dignidad y la integridad emocional de las candidatas. Nuestro rol no es solo formar, sino también proteger, mediar y alzar la voz cuando sea necesario, para que estos espacios sigan siendo seguros, justos y formativos.
¿Qué piensa la sociedad hoy?
En pleno siglo XXI, la percepción pública sobre los concursos de belleza está lejos de ser homogénea. Existe una clara polarización generacional y cultural, pero también un notable cambio de mentalidad respecto a lo que representan estos certámenes cuando se desarrollan con honestidad, propósito y modernización.
Se estima que la mayoría de las personas consideran que los concursos de belleza pueden ser plataformas positivas si se enfocan en la educación, la filantropía y el liderazgo. Además los certámenes se valoran como formas legítimas de expresión cultural, especialmente en países donde representan identidad nacional, movilidad social o símbolos de resiliencia colectiva. Es decir, mientras una parte del público aún los ve como entretenimiento ligero, otra parte los asocia con causas más profundas y transformadoras.
Por su parte, los ratings y métricas digitales demuestran que el interés sigue siendo alto, e incluso en aumento, gracias a la digitalización, el acceso multiplataforma y la interacción global. Los eventos del Miss Universo 2023 mantienen una audiencia de cientos de millones de personas y son tendencia en redes sociales, con millones de interacciones, hashtags virales y cobertura de medios de todos los continentes.
El Miss Mundo 2022 es transmitido en más de 120 países y alcanza una audiencia acumulada de alrededor de mil millones de espectadores, convirtiéndose en uno de los eventos más vistos del año en la televisión internacional.
La transmisión por plataformas como YouTube, TikTok, Instagram y Facebook Live ha permitido que las nuevas generaciones se involucren de forma participativa, comentando, votando, y creando contenido relacionado en los concursos de belleza locales, regionales y mundiales.
Las críticas
Es cierto que persisten reparos y desaprobaciones válidas y necesarias. Algunos sectores —tanto académicos como sociales— siguen percibiendo estos certámenes como eventos que, en ciertos contextos, perpetúan ideales estéticos excluyentes o generan presión sobre los cuerpos femeninos. Se reclama una mayor apertura hacia la diversidad corporal, el respeto por distintas formas de belleza y una menor mercantilización de la imagen femenina. No obstante, estas críticas han sido, en muchos casos, la palanca que ha impulsado las reformas más importantes en los certámenes del presente. Gracias al diálogo social y a la presión cultural, muchas organizaciones han actualizado sus reglamentos, eliminado categorías discriminatorias, ampliado el rango de edades y tallas permitidas, y promoviendo criterios de evaluación que incluyen el liderazgo, el activismo, la preparación profesional y el compromiso social.
El sueño de miles de millones
No podemos ignorar un hecho conmovedor, y al mismo tiempo profundamente humano. Para miles de millones de niñas y jóvenes alrededor del planeta, participar en un concurso de belleza sigue siendo un sueño lleno de ilusiones, esfuerzo, y esperanza. Muchas niñas crecen viendo a sus reinas como modelos a seguir, no solo por su apariencia, sino por su historia, su disciplina, su capacidad de hablar en público, su valentía para representar a su país o su comunidad. En contextos donde las mujeres aún deben luchar por ocupar espacios de poder, las participantes de estos certámenes encarnan una figura poderosa, la de la mujer que se atreve a brillar, a tomar el micrófono, a contar su historia y a ser escuchada por los demás.
Incluso cuando ese sueño no se cumple, el solo hecho de prepararse, intentarlo, formarse y participar ya genera beneficios psicosociales significativos como mayor seguridad, redes de apoyo, acceso a formación integral, experiencias de vida que marcan un antes y un después. Muchas mujeres que hoy lideran empresas, organizaciones civiles o movimientos sociales, alguna vez fueron candidatas, aspirantes o soñadoras y se vieron en un espejo con una banda imaginaria.
En el fondo, este sueño no es sobre belleza. Es sobre ser vista, ser valorada, ser escuchada. Es sobre encontrar un lugar en el mundo. Y en un planeta que aún lucha por cerrar las brechas de género, ese sueño tiene un valor vital y transformador que no debemos subestimar.
¿Desaparecerán o se multiplicarán?
Lejos de extinguirse, como algunos han predicho, es mucho más probable que estos certámenes se multipliquen, se diversifiquen a medida que continúen respondiendo a las demandas culturales, éticas y tecnológicas de las nuevas generaciones.
De hecho, ya está ocurriendo. Hoy existen concursos con enfoques específicos y temáticas claramente diferenciadas, como Miss Earth, centrado en el activismo ambiental. Miss Grand International, enfocado en la promoción de la paz y la lucha contra la violencia. Miss Eco International, que fusiona belleza y sostenibilidad, o concursos de belleza que permiten participantes con autismo, o que visibiliza la neurodiversidad como el Miss Amazing. También se han creado certámenes para mujeres mayores, mujeres con discapacidades, madres solteras, y líderes comunitarias, lo que confirma una expansión pluralista del concepto de belleza.
Cuando la belleza inspira futuro
Para las mujeres hay escenarios donde el aplauso no celebra la perfección, sino el valor de ser auténtica. Donde una pasarela deja de ser un escaparate y se convierte en puente entre mundos, y una corona ya no representa un privilegio, sino un acto de servicio, voz y entrega. Porque detrás de cada reina no hay solo un rostro bello. Existe una historia que resistió, una causa que arde, y una esperanza que se atreve a decir que sí, es posible.
El futuro no pertenece a la belleza que domina, sino a la belleza que inspira, que transforma, que construye. A esa que no encandila, sino que ilumina, porque enciende otras vidas. A la mujer que se reconoce entera —con su cuerpo, su mente y su conciencia— y decide usar su poder no para competir, sino para elevar a las demás.
Cuando una mujer se alza con dignidad, inteligencia y propósito, no se alza sola. Levanta con ella a generaciones que alguna vez soñaron frente al espejo con ser vistas, escuchadas, respetadas y amadas. Y ese, tal vez, es el verdadero milagro de estos certámenes cuando se entienden en su mejor versión, como ser escuelas de amor propio, forjas de liderazgo ético, y semilleros de conciencia social.
No se trata de negar la belleza exterior —porque sigue siendo una legítima expresión de lo humano— sino de trascenderla. De convertirla en canal de compasión, de justicia, de sensibilidad y de acción. De recordarnos que una “belleza con propósito” no solo puede cambiar la vida de una joven, sino también la de su comunidad. Y quizás, en un sentido más profundo y simbólico, la de todos nosotros. Porque cuando una mujer transforma su historia, abre el camino para que el mundo también se transforme con ella. ¿Te atreves a soñar e intentar convertirlo en realidad?...
Si quieres profundizar sobre este tema, consultarnos o conversar con nosotros, puedes escribirnos a psicologosgessen@hotmail.com. Que la Divina Providencia del Universo nos acompañe a todos…
María Mercedes y Vladimir Gessen, psicólogos (Autores de “Maestría de la Felicidad”, “Que Cosas y Cambios Tiene la Vida” y de “¿Qué o Quién es el Universo?”)
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