Un vampiro llamado Pinochet
- Aquilino José Mata
- 29 sept 2023
- 2 Min. de lectura

Si algo caracteriza al director chileno Pablo Larraín, es que sus películas jamás pasan inadvertidas. Todo lo contrario, son generadoras de polémicas y comentarios encontrados. Vale decir que buena parte de su obra alude, directa o indirectamente, a la figura de Augusto Pinochet o a los múltiples alcances y efectos de su dictadura (1973-1990).
Ahora, a sus 47 años y al cumplirse medio siglo del golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende, el realizador de “No”, “Tony Manero” y “Post Mortem” acaba de estrenar, vía Netflix, el filme más audaz y controvertido de sus casi dos décadas de carrera, en el que el sanguinario tirano chileno es nada más y nada menos que un vampiro con más de 250 años.
Se trata de “El Conde”, una poderosa farsa con una alegoría política muy radical y predestinada a la controversia más apasionada, dentro y fuera de Chile. Cuenta la historia de Claude Pinoche, un niño huérfano que vive en un hospicio de París y luego se convierte en oficial del rey Luis XVI, pero deserta cuando el pueblo se levanta y ruedan las cabezas de María Antonieta y compañía.
Lo concreto es que, como ya dijimos, Claude no es otra cosa que un vampiro que a fines del silgo XVIII destroza los cuerpos de las prostitutas y con el paso del tiempo irá combatiendo las revoluciones en Haití, Rusia o Argelia, hasta radicarse en Chile con el nombre definitivo de Augusto Pinochet.
Ya en su nuevo destino, lo veremos sobrevolando los edificios de Santiago, atacando y extirpando corazones aún palpitantes para luego procesarlos en una licuadora. La sangre preferida es la de jóvenes y la más despreciable, la de ancianos y obreros.
Tras ese arranque nos reencontramos con un avejentado Pinochet que ya harto de vivir (está orgulloso de ser un genocida “de rojos” pero no acepta la humillación de que lo llamen ladrón, pese a que hay contundentes evidencias de sus negociados y una corrupción que él minimiza como “errores de contabilidad”), finge varias veces su muerte y deja de beber la sangre de sus víctimas. Arrastrándose en una andadera con la ayuda de su “esclavo” y mayordomo Fyodor, también vampiro y orgulloso asesino que mantiene un affaire con Lucía Hiriart, la manipuladora esposa del dictador, Augusto recibe la visita de sus patéticos y codiciosos hijos, que buscan quedarse con la fortuna que él ha acumulado durante sus años en el poder.
Con una impactante fotografía en blanco y negro, al estilo del expresionismo alemán y un tono que oscila entre lo satírico y lo operístico, “El Conde” tiene otro personaje central, Carmen, una joven monja que llega a la aislada y decadente mansión del dictador para practicarle un exorcismo.
Más allá de que su desenlace no está a la altura de lo que prometía el imponente y deslumbrante planteo inicial, el profano, bizarro, macabro e hiriente filme de Larraín deja por suerte mucho material para el análisis artístico y, por qué no decirlo, para el más acalorado debate político. Véanla y nos darán la razón.
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