Hace unas pocas semanas, Gerver Torres, autor de Un Sueño para
Venezuela, libro que produjo un enorme impacto en el país a comienzos
del siglo XXI, publicó un artículo en La Gran Aldea titulado “Un Pacto
de Puntofijo para la oposición venezolana”. En este sugestivo trabajo, el
autor señala que la realización exitosa de las primarias pasa por un
acuerdo que comprometa a los grupos y candidatos que intervengan en
esa cita, a respetar los resultados y apoyar de forma entusiasta al
triunfador, tal como ocurrió en 1958 cuando Rómulo Betancourt, Rafael
Caldera y Jóvito Villalba, a nombre de Acción Democrática, Copei y
Unión Republicana Democrática, respectivamente, suscribieron el
histórico Pacto de Puntofijo. Fue este un acuerdo de estabilidad y
gobernabilidad que le dio una sólida plataforma política a la naciente e
insegura democracia, luego del derrocamiento de la dictadura de Marcos
Pérez Jiménez. Quiero subrayar el significado de esa proposición.
El acuerdo, o código de conducta, como también él lo llama,
resulta crucial dadas las condiciones en las que se llevarán a cabo las
primarias fijadas para el 22 de octubre y, posteriormente, las elecciones
nacionales para elegir al presidente de la República.
El 23 de enero de 1958 marcó la derrota de la dictadura, luego de
que un poderoso movimiento cívico militar erosionara sus bases hasta
lograr fracturarla y finalmente derribarla. A partir de ese momento
prevaleció lo que se llamó "el espíritu del 23 de Enero". Era este un
estilo de ejercer la política en el cual, entre los líderes, partidos y grupos
democráticos, predominaba el interés por resolver los problemas y las
controversias, siempre inevitables, dentro de un clima de concordia y
unidad. Lo más importante era que las pasiones no se desbordaran ni la
ofuscación se desatara. Impulsados por este "espíritu" se firmaron el
Pacto de Puntofijo, los acuerdos obrero patronales entre Fedecámaras y
la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV) y el Programa
Mínimo de Gobierno, refrendado por los candidatos presidenciales en la
sede del Consejo Supremo Electoral (CSE) el 6 de diciembre, víspera de
los comicios del día siguiente.
En la actualidad no existe nada parecido al "espíritu del 23 de
Enero". Empezando porque el régimen autoritario de Nicolás Maduro se
encuentra firme, siendo apuntalado por algunas de las dictaduras más
agresivas del planeta (la china, la rusa, la iraní, la cubana y la
nicaragüense). La cohesión del régimen no tiene, en contrapartida, la
unidad monolítica de las fuerzas que lo adversan. Al contrario, lo que se
nota en este campo es una gran división. Se observa a quienes militan o
simpatizan con alguno de los numerosos grupos opositores; a quienes,
siendo críticos del régimen, no forman parte de ninguna facción ni les
atrae ninguna de ellas; y a quienes teniendo una visión diferente a la del
Gobierno, no se interesan por la política, sintiendo aversión por ella.
Junto a estos grupos se hallan los "alacranes": la "oposición" oficial. Esa
que es alentada y financiada por el propio Gobierno con el fin de
estimular la confusión y crear el espejismo de que en Venezuela sí existe
una democracia con una oposición sensata y racional.
Será en ese ambiente variopinto –en el cual aparecen outsiders
inventados de forma interesada por algunas encuestadoras o existen
aspirantes negados tozudamente a la cooperación técnica del CNE-
donde se llevarán a cabo las primarias y los comicios presidenciales.
Por todo esto resulta tan importante –como dice Gerver Torres-
que las primarias traten de garantizar la propia gobernabilidad y
continuidad de la oposición. La unidad opositora podría esfumarse si
quienes impulsan las primarias no asumen plenamente lo que éstas
significan. Las primarias son unas elecciones entre candidatos que
comparten o tienen posiciones comunes sobre los asuntos cruciales que
afectan a la sociedad de la que se trate. Sus posturas fundamentales son
comunes frente a la de los adversarios. Las diferencias entre ellos son
menores a las que los separan de sus oponentes. Quienes participan en
unas primarias, por lo tanto, lo hacen bajo la convicción y el
compromiso de apoyar a quien resulte ganador, pues ese aspirante es
quien, de acuerdo con los resultados de la consulta, mejor representa las
posiciones de todos ellos.
La meta de utilizar las primarias para promover la organización y
movilización de los ciudadanos críticos –como propone Gerver- y,
además, elegir el candidato opositor y, en gran medida, el liderazgo
democrático, se desvanecerá si esa consulta, en vez de promover la
conciliación, se convierte en un campo de batalla donde se baten en
duelo los egos y las vanidades personales.
Un acuerdo de coexistencia pacífica se hace aún más perentorio
porque en el pelotón de quienes lideran las encuestas para ganar las
primarias se encuentran varios dirigentes que no pertenecen al G3, ni
han recibido la venia del Gobierno. Las inhabilitaciones que pesan sobre
Juan Guaidó y Henrique Capriles solo podrán levantarse si la
negociación con el Gobierno se realiza en bloque y de forma compacta.
Por el bien de la democracia, la oposición necesita con urgencia
un pacto de coexistencia pacífica. Un código de conducta. ¿Es posible?
¿Habrá quien lo promueva?
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