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Foto del escritorPedro Elías Hernández

Revolución Antiguevarista


Energía eléctrica y agua potable en los hogares se ha vuelto algo extraordinario en Venezuela. Foto: kalhh, Pixabay

La historia venezolana posee una larga tradición militarista. Eso caracterizó a todo el siglo XIX y parte del XX. Pero en la pasada centuria el oficio y arte de la guerra se profesionalizó a partir del gobierno del general Juan Vicente Gómez. El caudillo de La Mulera, estado Táchira,

era un militar y su régimen se sustentaba en el componente castrense, no obstante, a su estilo, metió a los hombres de uniforme en los cuarteles. Les dio privilegios ciertamente,

pero no mucho más que a su familia y que a civiles de su entorno.


Un 4 de febrero de 1992 los militares venezolanos salieron rampantes de sus cuarteles. Más de tres décadas después, no han regresado. Lo cierto es que desde entonces gravita nuevamente con enorme peso e influencia en la política venezolana la presencia del estamento castrense. El partido militar estaba de nuevo allí. ¿Cómo hacer para recoger el agua derramada? Imposible. Sólo queda esperar que se seque, que se evapore. Pero puede

regresarnos en forma de lluvia ácida.


Marcos Pérez Jiménez y AD, revolución de octubre de 1945 mediante, inauguran el concepto de lo cívico-militar como forma de gobierno. El maridaje duró poco. El dictador tachirense se sacude a los civiles y gobierna en lo adelante en nombre de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, el ensayo sólo dura una década. Ese espectro cívico-militar, muy distinto a lo que conoció Venezuela en el siglo XIX y durante los regímenes militares del siglo XX, reaparece,

esta vez sí, con enorme fuerza en el siglo XXI en forma de revolución socialista bolivariana.


En Venezuela ha ocurrido en los últimos 25 años un fenómeno que es menester reconocer y entender a cabalidad: el dinero y las armas cambiaron radicalmente de manos. Y además se han puesto al servicio de un proyecto con un discurso ideológico, cada vez más retórico y menos ideológico.


Desafiar al régimen chavista en el escenario de la violencia y de la fuerza, mediante conjuras temerarias es terriblemente antidemocrático y además inútil. Carece de toda eficacia política. Por eso, la única salida exitosa a la severa crisis institucional y económica que nos empobrece día a día, es la de transitar los caminos que jamás deben abandonar los demócratas, los de la negociación y el entendimiento entre los actores, para pactar un proceso de cambio político y unas reglas de juego que generen confianza. Desactivar el conflicto político es un aspecto crítico para que las reformas institucionales que demanda

el país puedan avanzar a la velocidad y en la dirección que se requieren.


El gobierno de Nicolás Maduro y su revolución socialista bolivariana cometen muchos errores, no tanto en el terreno de su visión político -estratégica, que hasta ahora le ha

permitido continuar en el poder, sino en su desempeño, en su gobernanza. Por ahí es que hay que hacer oposición de verdad. Recordemos aquello que se decía en la revolución

mexicana y que se atribuye a Emiliano Zapata, “la revolución degeneró en gobierno”.


La revolución bolivariana hace mucho tiempo que degeneró en gobierno. Se mantiene atrapada, aunque lo niegue y trate de sacudírserlas, en sus convicciones revolucionarias de ideología tercermundista que le impiden y le impedirán estabilizar la economía y gobernar con acierto.


Si hay una gran demanda nacional es por estabilidad, la inflación desquicia todo cálculo económico e impide que las personas puedan programar sus vidas con un mínimo de

certidumbre.  Como decía el gran economista Ludwig Erhard, responsable de la reconstrucción alemana de la postguerra, “la estabilidad no lo es todo, pero sin estabilidad no hay nada”.


Podríamos decir que la revolución bolivariana es una suerte de revolución anti guevarista. “El Ché” Guevara definía a la revolución como el momento en el cual lo extraordinario se convierte en cotidiano. Pues bien, en Venezuela ocurre hoy todo lo contrario, lo que debería ser cotidiano, pasa a ser excepcional. Tener de forma regular servicio de luz, agua y gas en nuestras casas o saber a qué precio voy a comprar mañana la comida, algo que debería

formar parte de nuestra rutina cotidiana, resulta que en verdad tales cosas son eventos extraordinarios.


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