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Foto del escritorAlberto Benegas Lynch, h

Elecciones argentinas abren la oportunidad de un nuevo país


Primero un breve comentario sobre el último proceso electoral y después de lleno con la actualidad de las recetas alberdianas. La República se ha salvado merced a la faena ciclópea de Javier Milei al instalar temas en el debate que no habíamos escuchado en el nivel político desde hace mucho tiempo. Por esta vía también subrayo mi infinito agradecimiento a este notable gladiador, con lo cual sé que hablo por muchísimas personas que sienten la misma inclinación.

Ahora manos a la obra para la reconstrucción de nuestro país apoyado el Ejecutivo por los representantes de lujo del mismo espacio y eficaces aliados en el Congreso y todos los que apuntan a la libertad como sustento logístico indispensable para lograr éxito en un camino sumamente difícil y lleno de acechanzas y obstáculos de diversa naturaleza y espesor.

Comienza un nuevo país en la esperanza concreta y manifiesta de retomar valores que nunca debimos abandonar. Será también un ejemplo para el mundo libre: una democracia saneada de corrientes antidemocráticas en esta nueva etapa dirigida a la protección de derechos y no a su contrario en el que los habitantes se sienten perseguidos, asfixiados y aplastados por un aparato estatal sobredimensionado rodeado de megalómanos que pretenden manejar a su antojo vidas y haciendas ajenas.

Vamos entonces a lo anunciado sobre la actualidad del célebre autor tucumano. Superfluo es decir que actualidad no significa que haya aceptación actual puesto que estamos en las antípodas de sus valores desde hace décadas y décadas. Nos referimos a la actualidad del pensamiento de Alberdi en cuanto a la urgencia de retomar sus ideas que fueron la base por la que nuestro país se instalara como uno de los de mayor progreso moral y material del orbe desde la Constitución liberal de 1853 hasta los golpes del 30 y del 43 cuyo estatismo nos tiene a los tumbos hasta el presente, por lo que las líneas que siguen es en la creencia de lo que resumió el nuevo Presidente en su estreno en el cargo en cuanto a que “no hay lugar para gradualismos” con lo que anuncia se encamina a los asuntos fundamentales que hacen al eje central de toda la teoría constitucional de nuestro país. En la esperanza que -como queda dicho- lo acompañen todos los políticos de buena voluntad y dejen atrás los anquilosados estatismos empobrecedores… incluyendo a radicales que estén dispuestos a retomar los principios liberales de su extraordinario fundador: Leandro N. Alem.

Para proceder en un sentido inverso al que vienen machacando los gobiernos argentinos con una monotonía digna de mejor causa, citamos solo algunas de las ideas clave de Juan Bautista Alberdi consignadas en Sistema económico y rentístico de la Constitución argentina y en Estudios económicos en línea con el nuevo programa de gobierno:

"Después de ser máquinas del fisco español, hemos pasado a serlo del fisco nacional: he aquí toda la diferencia. Después de ser colonos de España, lo hemos sido de nuestros gobiernos patrios”.

Esta lección fundamentalísima explica el período desde 1810 hasta 1853 de caudillajes, latrocinios y bandidajes en medio de intentos fallidos de establecer una sociedad libre hasta la Constitución fundadora que revirtió toda esa marcada decadencia e implantó la tradición liberal entre nosotros con un resultado de progreso extraordinario que nos convirtió en el aplauso y la admiración del mundo en cuyo contexto olas de inmigración venían a estas tierras para “hacerse la América”. Adelantos admirables sólo comparables a los ocurridos en Estados Unidos que luego fueron rechazados para convertirnos en la barbarie de impuestos astronómicos, deudas colosales, inflaciones imparables, regulaciones laborales contra el trabajo y una cerrazón al comercio internacional dignas de las más atrasadas republiquetas del orbe. Hemos sido y hasta el presente seguimos siendo colonos de nuestros propios gobiernos.

"Comprometed, arrebatad la propiedad, es decir, el derecho exclusivo que cada hombre tiene de usar y disponer ampliamente de su trabajo, de su capital y de sus tierras para producir lo conveniente a sus necesidades o goces y con ello no hacéis más que arrebatar a la producción sus instrumentos, es decir, paralizarla en sus funciones fecundas, hacer imposible la riqueza […] El ladrón privado es el más débil de los enemigos que la propiedad reconozca. Ella puede ser atacada por el Estado en nombre de la utilidad pública”.

Aquí el máximo inspirador de nuestra Carta Magna pone el dedo en un tema central. Como los bienes no crecen en los árboles y no hay de todo para todos, se hace indispensable asignar derechos de propiedad a los efectos de asignar los siempre escasos recursos en las manos que mejor atienden las necesidades del prójimo. Así, los comerciantes que aciertan en los requerimientos de los demás obtienen ganancias y los que yerran incurren en quebrantos, a diferencia de los pseudoempresarios que aliados al poder de turno explotan a sus semejantes con privilegios de distinta especie. Como se ha demostrado, eliminar la propiedad privada borra los precios puesto que estos surgen precisamente como consecuencia de las transacciones de derechos de propiedad con lo cual desaparece la posibilidad de evaluar proyectos, la contabilidad y todo vestigio de cálculo económico. Antes he puesto el ejemplo en este contexto de la imposibilidad de saber si conviene construir los caminos con asfalto o con oro. Ahora bien, sin necesidad de abolir la propiedad en la medida en que se vulnere con controles estatales de diverso tipo, en esa medida, se desdibujan los precios que como son los únicos indicadores para saber dónde invertir y dónde no hacerlo se derrocha capital que es la única causa de salarios e ingresos en términos reales, a saber, se genera indefectiblemente pobreza.

"Mientras el gobierno tenga el poder de fabricar moneda con simples tiras de papel que nada prometen ni obligan a reembolso alguno, el poder omnímodo vivirá inalterable como un gusano roedor en el corazón de la Constitución misma”.

En este pensamiento está presente el absurdo de crear una banca central ya como se ha puesto de manifiesto una y otra vez esa entidad solo puedo proceder en una de tres direcciones: emitir, contraer o dejar igual la masa monetaria y cualquiera de esos caminos alteran los precios relativos cuyo rol esencial ya mencionamos. En esta misma línea argumental, también Alberdi escribió que “La reforma de un Banco del Estado es imposible. No hay más que un remedio de reformarlo: es suprimirlo”. Esto revela que no es posible jugar al empresario, no es una función que pueda simularse: se está en el mercado operando con todos sus rigores y asumiendo riesgos con recursos propios o se hace coactivamente con el fruto del trabajo ajeno, necesariamente en lugares distintos de los que la gente hubiera preferido puesto que si hace lo mismo no tiene sentido la intervención con el consiguiente ahorro de honorarios. La banca estatal cae en las generales de la ley cuando alega ayuda a ciertos sectores preferidos por la burocracia.

"La ley escrita, para ser sabia, ha de ser expresión fiel de la ley natural”. Esta declaración se opone al positivismo legal que desconoce mojones o puntos de referencia extramuros de la norma positiva. Es la expresión de la legislación injusta que debe ser abrogada. Igual que las piedras y las rosas tienen sus atributos y características propias de su naturaleza, el ser humano también las tiene son sus derechos que son anteriores y superiores a la existencia del aparato estatal cuya misión en una sociedad libre estriba en la protección y garantía de aquellos derechos. Esto se complementa con otra aseveración alberdiana en cuanto a que “La Constitución, por sí nada crea ni da, ella declara del hombre lo que es del hombre […] todos los hombres iguales en derecho ha dado a los unos capacidad y a los otros inepcia, creando de este modo la desigualdad de las fortunas que son el producto de la capacidad, no del derecho”. Y en este plano se desprende la empobrecedora guillotina horizontal vía la manía del redistribucionismo coactivo en lugar de comprender que los más eficientes son los que incrementan la inversión que es lo que inexorablemente mejora la condición social de los marginales al sacarlos de la marginalidad. Y sigue diciendo nuestro autor que “La ley no podría tener ese poder, sino a expensas de la libertad y la propiedad, porque sería preciso que para dar a los unos se lo quitase a los otros y semejante ley no podría existir bajo el sistema de una Constitución que consagra a favor de todos los habitantes los principios de libertad y de propiedad como bases esenciales de la legislación”.


"¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le hiciera sombra”. Como anécdota personal cuento que esta frase la tengo incrustada en el jardín de mi casa junto al rostro de Alberdi en bronce que me regaló un alumno. Este pensamiento resume la idea central del máximo autor de nuestra Constitución, en otros términos no interferir con los procesos de coordinación y cooperación social pacíficos entre personas, en contraste con la actitud megalómana y arrogante de funcionarios que pretenden manejar a su antojo vidas y haciendas ajenas.

"El gobierno que se hace banquero, asegurador, martillero, empresario de industria en vías de comunicación y en construcciones de otro género, sale de su rol constitucional; y si excluye de esos ramos a los particulares entonces se alza con el derecho privado y con la Constitución, echando a su vez al país en la pobreza y en la arbitrariedad”. Y en el campo del comercio internacional reitera que el aparato estatal no “puede hacer de la aduana un medio de protección, ni mucho menos de exclusión y prohibición sin alterar y contravenir en tenor expreso de la Constitución”. En este último punto subraya la inmensa desprotección que significa el llamado “proteccionismo” que solo lo es para empresarios prebendarios quienes si no pueden competir por falta de recursos debieran asociarse con otros locales o internacionales pero no pasarle la factura sobre las espaldas de los ciudadanos, y si nadie compra el proyecto es porque es inviable. Y complementa al apuntar que “El pasaporte inventado por el despotismo de la Convención francesa de 1793, es un medio de espantar a la población convirtiendo en una cárcel el territorio de la nación […] Del pasaporte a la tarifa aduanera no hay más que un paso. El uno es la aduana de las personas, la otra es el pasaporte de las cosas”, lo cual demás está decir no excluye el obstaculizar el crimen y el delito provenga de afuera o de adentro de las fronteras solo establecidas para descentralizar el poder al fraccionar el plantea en naciones pero no para tomarlas como restricciones al comercio y al libre movimiento de personas que no han cometido delitos.

Este es un brevísimo pantallazo de los valores impulsados Juan Bautista Alberdi que como nos dice en su Autobiografía han sido inspirados en autores como Adam Smith, Montesquieu, Bentham, Constant, Tocqueville, Batiat, Say, Story y tantos otros, ideas que se resumen en el título de su conocido discurso en el acto de colación de grados en la Facultad de Derecho el 24 de mayo de 1880: “La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual”.

Por último, para los lectores que deseen explorar con mayor profundidad este eximio pensador comento que sus Obras completas están reunidas en ocho tomos y sus Escritos póstumos en dieciséis adicionales, todo lo cual abarca unas quince mil páginas según ediciones originales.









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