De la mesa a la gran pantalla
- Aquilino José Mata
- 16 feb 2024
- 3 Min. de lectura

Casi lo primero que preocupó al cine, entre sus variadas temáticas, no fue la comida, sino la falta de ella. De allí escenas míticas como la de Charlot comiéndose una bota en La quimera del oro (1925). El hambre es también protagonista de otros clásicos como Las uvas de la ira (John Ford/1940), en torno al drama de los campesinos estadounidenses en la depresión económica de los años treinta. Pero la comida también ha servido para arrancar carcajadas. El primer tortazo en la gran pantalla lo protagonizó Ben Turpin en la película muda Pie in the face (torta en la cara/1909). Chaplin y la pareja de cómicos integrada por Stan Laurel y Oliver Hardy fueron otros que usaron este dulce e infalible recurso.
Jack Lemmon dibujó sonrisas cuando en El apartamento, de Billy Wilder, utilizó una raqueta de tenis para escurrir la pasta que cocinaba para Shirley McLaine. Más crudo es el humor de los Monthy Pyton en El sentido de la vida, de Terry Jones, en la que un hombre come hasta literalmente reventar.
Ninguna de las películas de Alfred Hitchcock, quien se pasó media vida haciendo dieta y la otra disfrutando de opíparas comidas, logra abrir el apetito, pues normalmente si los personajes comen, mueren. O se juntan a comer para matar, tal y como lo destaca el historiador del cine Asier Mensuro. “Fue capaz de hacer que un baúl, en el que han escondido un cadáver, sirviera de mesa para cenar en La soga”.
También por su amor a la buena cocina es conocido Martin Scorsese. Fiel a sus raíces italoamericanas, traspasó esa pasión de la mesa a la pantalla. Así lo puso de manifiesto en el documental Italoamericanos (1974), rodado entre la cocina y el salón de su casa de Nueva York, que narraba la historia de su familia entre plato y plato de pasta. Su madre, Catherine Scorsese, publicó después Italoamericanos. Libro de cocina de la familia Scorsese.
Amante de la cocina tradicional española y de delicias como el caviar y el salmón ahumado, para Luis Buñuel la comida tuvo un papel relevante. O su total ausencia, como en Los olvidados (1950), sobre el hambre en las capas más desfavorecidas de la sociedad mexicana. Pero no sólo le sirvió como vehículo de denuncia, sino como sátira contra el mundo burgués en El discreto encanto de la burguesía, donde uno de los protagonistas, antes de morir, estira la mano para hacerse con una última lonja de jamón, o en Viridiana, con los mendigos sentados en la mesa reproduciendo La última cena de Da Vinci.
Francis Ford Coppola produce sus propios vinos y muchas de sus películas están cofinanciadas por vinicultores californianos. Es llamativa la escena de la primera parte de El padrino, cuando Corleone (Al Pacino) enseña a preparar espaguetis y revela que su secreto es añadir chianti a la salsa de tomate.
Menos habituales, fuera de los documentales, son los biopics de cocineros. Una de las excepciones es Vatel (Roland Joffé/ 2000), largometraje basado en la vida de François Vatel, quien concibió la gastronomía como arte y se suicidó al no recibir suficiente pescado para la fastuosa Fiesta de los Tres Días que Luis II de Borbón ofreció a Luis XIV, el exquisito “Rey Sol”.
¿Y cómo olvidar en este muy somero recorrido al sedante gazpacho de Mujeres al borde de un ataque de nervios, una receta de Pedro Almodóvar para lidiar con situaciones ciertamente complicadas?
Escena de Jack Lemmon en El Apartamento preparando spaguetti
Aquilino José Mata
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