La idea del socialismo, en sus diferentes versiones, socialdemócrata, revolucionaria o entendida en su sentido amplio, constituyó el impulso vital que movió las pasiones y
los proyectos de los socialistas de todos los partidos políticos venezolanos en el siglo XX y en lo que va del XXI.
El país todavía espera un nuevo consenso cultural e ideológico para Venezuela sobre la base de los principios del gobierno limitado, los mercados libres y el respeto a la propiedad privada. Los resultados del modelo que se instaló en la nación desde la estatización petrolera de 1975, demandan un recambio de ideales y procedimientos.
Quienes ejercen el poder en Venezuela lo hacen en nombre del socialismo. Muchos de quienes los adversan también lo hacen en nombre de tales convicciones. Por eso se niegan a calificar como socialistas a los gobiernos de Chávez y de Maduro. Desean salvar la honra de estas ideas. En todo caso, prometen ellos sí poner en práctica estos principios, esta vez de forma correcta.
El socialismo no es bueno ni malo. Como decía Hayek, no inspira un rechazo moral hacia sus propósitos. El socialismo es sencillamente imposible. Es un error intelectual. Se basa en la idea del valor trabajo, ampliamente superada por la teoría económica moderna formulada a finales del siglo XIX. Como decía Ronald Reagan, “sólo funciona en el cielo, donde no lo necesitan.”
La subestimación hacia el proyecto de Chávez y de Maduro, creer que sus ideas son incoherentes y delirantes, ha sido un craso error de apreciación de la oposición
venezolana que obstinadamente se resiste a entender que se enfrenta a una revolución socialista en el poder, sólo que ésta tuvo un origen electoral, lo que de alguna forma,
aun hoy, deja espacio para combatirla de igual manera.
Tenemos más de dos décadas diciendo que el chavismo representa un régimen autoritario y que la alternativa frente a él es la democracia. No ha sido posible en este esquema tener éxito. Tal vez si entendemos que lo que está planteado en el país más bien es un proceso de cambio que nos haga pasar de un modelo económico que destruye riqueza, como es el socialismo, a otro que más bien la fomenta, llamado capitalismo, podamos obtener mejores
réditos políticos.
En un ambiente económicamente más confortable, las reformas políticas democráticas que demanda Venezuela encontrarán tal vez un terreno más fértil para su desarrollo. De lo que sí estamos muy seguros es de que el socialismo es “duro de matar”. Suele resistirse obstinadamente, incluso al peso de la evidencia. Posee un halo místico, un encanto, suerte de religión civil.
Me invade una esperanza. En los países en donde se ha desarrollado de manera más virulenta el socialismo del siglo XXI, allí precisamente nacerá con fuerza su némesis ideológica. Precisamente en esos sitios en los cuales se cuentan por millones las víctimas del estatismo económico, del colectivismo y del avasallamiento a la libertad individual,
emergerá con enorme impulso la contraoferta al socialismo. A mi juicio esos países son Argentina y Venezuela.
Ya en la nación sureña se divisa una luz libertaría muy auspiciosa. Se trata del reciente triunfo electoral de opciones liberales de muy acerada coherencia y solidez. Desde luego nos referimos a Javier Milei, pero también a conformaciones como el macrismo y el peronismo
republicano que gobierna en la provincia de Córdoba con bastante éxito. Lo que pase en la Argentina a partir de ahora marcará para bien o para mal la influencia de las ideas de la libertad en América Latina. En nuestro país aún se encuentra todavía en pañales un fenómeno de tal naturaleza, pero es cuestión de tiempo que aparezca con vigor y fortaleza.
Como decía Renny Ottolina, “soy un hombre lleno de ilusiones, pero no soy un iluso”. Ciertamente sabemos que las circunstancias políticas y en líneas generales la vida misma, imponen restricciones. La hora más oscura de la noche suele preceder a la aurora. Por esa razón abrazamos un sano y fundado optimismo respecto a la aparición de un relato de reemplazo al socialismo. La batalla cultural se ha venido dando y se ha venido ganado en forma imperceptible antes, pero ahora adquiere bastante volumen. Suele suceder que el protagonismo público emergente que signará el inmediato futuro es muy desconocido en el inmediato pasado.
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