Paradójicamente, la primera ceremonia de inauguración del evento más relevante del deporte mundial que se hace fuera de un estadio, ha sido la más brillante de su historia.
La hermosa y muy fotogénica ciudad de París sirvió de marco a la apertura de las Olimpíadas 2024, para convertir la transmisión en un gran espectáculo televisivo, con un desbordante nivel de producción.
Allí no hubo fisuras de ningún tipo. No se descuidó detalle alguno. ¡Qué derroche de creatividad y buen gusto! Todos y cada uno de los míticos y atractivos rincones de la Ciudad Luz, con el río Sena, cruzado por su sucesión de puentes, y la Torre Eiffel como su indiscutible símbolo urbano, que ostentaron roles protagónicos, sirvieron de magníficas escenografías de varios emblemas por excelencia de la nación gala, desde el Can Can y la gastronomía, hasta el cabaret, a cargo de una fabulosa Lady Gaga recargada de plumas, cantando y bailando como solo ella sabe hacerlo; y la chanson, que en un inolvidable fin de fiesta y en lo alto de la Torre Eiffel recreó maravillosamente Celine Dion, interpretando, en homenaje a la Piaf, su poderoso Himno al amor.
La cantante, trajeada de impecable blanco y acompañada de un pianista, se sobrepuso a sus problemas de salud, para hacer una versión de esas para quitarse el sombrero (Chapeau, madame!).
El desfile de las delegaciones, quizás el segmento tradicionalmente más aburrido de las ceremonias olímpicas de inauguración, resultó esta vez amablemente grato, al presentar a los atletas a bordo de 85 barcos que se desplazaron a lo largo de los seis kilómetros del Sena que atraviesan París.
Creo que si algo dejó este evento inaugural es que marca una pauta para el futuro. Fue demasiado bueno y superarlo será todo un reto. Bien por los franceses, hicieron un gran trabajo. Ni la lluvia logró opacar el brillo de la ceremonia.
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